lunes, 23 de diciembre de 2013

Lo que voy a hacer

Antes del taller, escribía en mis diarios historias que venían a mi mente, sin pedirlas. Sólo tomaba la pluma, abría el diario y escribía. Era un completo desorden, porque al terminar los relatos y, tras una ligera revisión, los olvidaba. Si acaso un día los releía, añadía correcciones menores y no volvía a preocuparme por ellos. Sin embargo, este año pude releerlos y descubrí que en realidad no estaban terminados. Eran esbozos. Historias inconclusas. Confieso que en este mismo momento, siento un vacío en el vientre: es la angustia o quizás el miedo, o ambos. En mi cabeza revolotea una pregunta que no he formulado, pero cuyo significado empieza a doblegarme: ¿qué vas a hacer a partir de ahora, Tehuani?

¿Qué voy a hacer?

Disfruto mucho escribir. No sé la razón. No sé por qué la necesidad de contar historias. Me gustaría decir que por medio de ellas entiendo un poco más al mundo, a las personas. Pero en realidad no es así. Sólo sé que si no lo hago, escribir, no podré estar tranquilo. Haga lo que haga en mi vida diaria, ahí estará ese sentimiento, esa presencia, siguiéndome, mirándome con reproche. Tal vez hasta me reclame y me llene de gritos la cabeza. No me permitirá concentrar, cometeré errores, diré incoherencias cuando otros me hablen. Entonces mi humor se tornará negro, me volveré más huraño, me pondré irritable y esta angustia, cuyo origen no logro explicar, comenzará a comerme por dentro y aparecerá el dolor. El sufrimiento me llevará hasta el límite, al extremo de no poder soportar más hasta que no tome la maldita pluma y con ella hiera la piel virgen de mi diario.

Como dije, tengo que escribir para estar tranquilo; en paz conmigo mismo. Para dar voz a esas personas que deambulan en mi universo hilando sus propias historias, padeciéndolas, disfrutándolas.

¿Qué voy a hacer?

Aprender a escribir. Trabajar. Tachar. Tirar. Empezar de nuevo. Volver a suprimir. Desechar otra vez. Seguir trabajando. Continuar rayando palabras. Descartando párrafos, hojas enteras. Herir el papel, mutilar los textos, dejar que los escritos se desangren. Intentar contar las historias bien leyéndolas en voz alta. Ordenar mis ideas. Afilar mi pluma, mi daga. Tomar un breve descanso o tal vez uno largo o quizás ninguno. Reflexionar. Sacrificar mi tiempo, pero también a los manuscritos, tal vez a todos ellos. Dedicar más horas, más días, muchos meses, a este acto agotador, a esta pacificación de mi mismo. Proveer a la deidad de víctimas para que su ira no caiga sobre mí. Ofrendar a ese dios mis palabras, pulidas, trabajadas, llenas de significado.

La angustia crece. El miedo se reaviva. Este ente no calla. Tomo la pluma, la empuño contra el papel; pero en realidad, la empuño contra mí.