viernes, 30 de mayo de 2014

Variaciones sobre el beso

Llevaba meses esperando el beso. Ella o él. No importa quién dio el primer paso. Es el encuentro, la necesidad, los labios tocándose, los cuerpos. Un beso robado a la persona que tanto te gusta. Y tras él, la realidad. Ser ajenos y lejanos. Cómplices en un instante.

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En su mente quedaba el último beso que se dieron. Sin embargo, no se sabía en la de quién.

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Era noche. Estaban solos. Se besaron: el primer y último beso. Años después, habrían de repetirlo muchas veces, de distintos modos y duraciones, en sus recuerdos.

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En la pared plasmó el beso en blanco y negro: solo de ese modo, pudieron besarse para siempre.

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¿Por qué un solo beso duele y gusta tanto?

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Cuentan de una pareja que, para acallar la soledad y el miedo, se daban un beso.
Solo uno. Pero no cualquiera. Un beso lento que fundía sus cuerpos en uno y les hacía olvidar el dolor de la vida.

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Cuentan de una pareja que, durante las noches, solía darse un solo beso.

Un beso que fraguaban durante el día, en los breves intersticios de tiempo que lograban arrancar a la jornada.

Uno podría pensar que sus besos eran iguales o parecidos. Pero no era así: cada uno era distinto, porque era el resultado de la lejanía temporal, pero obligada; de la añoranza mutua; de una búsqueda incierta; de alivio contra el dolor y la soledad que la vida infligía a sus corazones. 

Un beso, cada noche, que lo curaba todo al fundir sus cuerpos un instante en una minúscula eternidad.


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La cadena de besos se rompió una noche de agosto. Ni él ni ella, la noche anterior, sabían que sería el último.

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No me importa morir, dos veces. Me importan los dos besos.

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-Aprietas tus labios, los estiras y dejas que ellos la toquen. Así de simple.

-¿Así de simple?

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Él se acercó y la besó en la mejilla, así como quien no quiere la cosa... pero quiso, y más.

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Tus labios son la caja de pandora.

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Popocatépetl besó la frente de Iztacíuatl. Así, en náhuatl.

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Nezahualcóyotl sellaba sus decretos con un beso.

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Y bueno, la besó.

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Y ella también, lo besó.

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Luego se despidieron con otro beso.

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"Es el nahual", le dijo. Y no, eran sus labios.

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La Llorona acalló sus lamentos cuando el cometa besó a la Tierra.

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El dinero de Judas.

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El dinero de todos.

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Buenas noches :*

sábado, 24 de mayo de 2014

El Reyno (falta de ortografía intencional)

Resulta que mi ciudad, el Reyno, está custodiada por las fuerzas federales. Esta semana no hubo "contingencias".

Sin embargo, hubo un asalto, cerca del trabajo. Un día antes de que viniera el segundo en el gobierno de la federación. Tras esta "contingencia" mi miedo ha aumentado al borde de la psicosis: me da terror salir del trabajo.

Pienso en aquellos días  lejanos en los que nuestros ancestros se enfrentaban a sus depredadores naturales y a otros grupos humanos, depredadores también. No me parecen tan distintas.

La realidad del Reyno toca fibras arcaicas que la civilización ha adormecido. Volvemos a ser esos seres que vivían en guardia, en alerta constante ante los peligros que los rodeaban. Quizá este estado de tensión es lo natural, lo que nuestros cuerpos y cerebros necesitan para evolucionar.

De ninguna manera justifico los ataques, los ultrajes, los robos y los asesinatos que pululan ahora, pese a la negación y cerrazón oficial. Pienso que si no aprovechamos esta singularidad para crecer, no seremos superiores a nuestro entorno, a nuestros gobernantes, a nuestra realidad. Cada día somos más fuertes, más astutos. Somos más. Que nadie confunda el silencio con la sumisión.

domingo, 18 de mayo de 2014

Domingo 18 de mayo de 2014

Hoy hizo un sol clemente cuyo calor manso, de tanto en tanto, arrastraba el viento, dejando un fresco agradable que erizaba la piel. El cielo era claro, azul, con una valla de nubes que no se movía del horizonte. 

Estos domingos me gustan, porque los puedo disfrutar en casa. Durante la semana de trabajo, si días así ocurren, ni cuenta me doy. En el claustro de mi oficina, a pesar de la ventana, es difícil tantear el día, su sabor. Uno solo puede mirarlo a través del cristal e imaginarse cómo es estar ahí afuera, nada más.

Tantas horas en el clima artificial del aire acondicionado lo hacen olvidar a uno que hay un mundo real. Son muchos los días que paso así, encerrado, trabajando, poniendo mi mente y conocimientos a los servicios de mi patrón. Mientras el mundo, el día de sol y temperatura mimosa, suceden allá afuera, tras la ventana cercana a mi oficina.

Años atrás trabajé en otra maquiladora en la que también tenía una ventana cerca. Mi vista era la de un campo de pasto que se extendía hasta la reja. En él, vivían las ardillas. Me gustaba pararme ahí, a verlas, y las envidiaba porque ellas podían estar bajo la luz del sol, como si nada.

En esta ventana, no hay un manto verde frente a mí, solo el gris del estacionamiento. Pero más allá, en el fondo, las copas de los árboles me saludan con sus manos verdes y las aves vuelan en su busca, para completar el saludo. Imagino que la voz del viento trae hasta mí el sisear y el canto de los árboles y de las aves. Pero esto es un puro decir, porque no puedo escucharla. En mi oficina todo es artificial y rutinario, tanto que se antoja de un gris latente bajo las capas de color. No hay naturaleza que disfrutar ni viento que recibir. Solo ese gris plomizo que pesa en las pupilas y en el alma, que quiebra los nervios y la salud.

Por eso aprecio estos días luminosos, estos días claros, llenos de vida. Es como si la música de la Naturaleza se hubiera liberado de la mano del hombre y cantara a sus anchas, con descaro, frente a mí.

La voz de la Naturaleza es más fuerte que la nuestra y nosotros somos tan pequeños, tan insignificantes ante ella. Qué privilegio poder escucharla una tarde de domingo, en mi jardín.

jueves, 15 de mayo de 2014

Sobre la muerte

Morimos cuando dejan de recordarnos.

Olvidé en dónde lo leí (¿lo leí?), pero esta frase guarda un oculto anhelo de inmortalidad. Irreal, por cierto, porque cuando nuestro sistema solar desaparezca, no habrá nadie que nos recuerde. Los hechos así lo dicen: estamos acabando con el planeta y, con ello, cavando nuestra propia tumba. Como humanos, por supuesto. Tal vez vengan otras especies y se adueñen de lo que dejemos atrás.

La muerte nos fascina. No el acto de morir, claro está; sino el hecho en sí, el puntual, el momento... sin embargo, la muerte es tan necesaria para que los ciclos naturales se cumplan. Sin muerte no hay evolución; y sin ella, nosotros, los humanos, no estaríamos aquí. Queramos o no, creamos en ello o no, somos el producto de una larga cadena sucesiva de muertes: miles de millones de seres nos antecedieron y murieron para que pudiéramos existir. Todo esto a consecuencia de una serie de eventos fortuitos: no tenemos exclusividad, el Universo no se hizo para nosotros, no somos especiales.

Y es esta vanidad la que nos hace, a nosotros, los que estamos vivos en este momento, únicos. Tenemos un sinfín de oportunidades para apreciar el valor de nuestra vida. El que no haya un después, algo tras la muerte, hace la vida de cada uno de todos los seres vivos, una oportunidad valiosa, pero no especial. El Universo no está pensado para nosotros. Solo somos parte de él.

Muchas veces he pensado en mi última fecha. ¿Cuál será? Deseo que sea un dato perdido todavía en la bruma del futuro. Una fecha que sea inscrita después de ver crecer a mis nietos. Pido mucho, lo sé: quiero mucho. Nadie tiene la vida comprada. Pero si en algún momento dejara de perseverar en un futuro incierto, en contradicción, daría al traste con mi vida. Es lo irreal, el anhelo, lo que nos hace luchar por un futuro. Es esta eterna necedad, esta terquedad, por aferrarnos a lo vivo, a lo real, lo que nos permite adorar la vida aun y con todas sus vicisitudes, sus dolores, sus injusticias.

La muerte nos fascina, porque, queramos o no, es la única verdad plausible. La única verdad real. Sin embargo, de un modo poético, perduramos en el recuerdo que otros alimentan sobre lo que fuimos. Y cuando esa remembranza se pierda, entonces, habremos muerto de verdad.

martes, 6 de mayo de 2014

Cosmos

Los seres humanos -en resumen: todos los habitantes de este planeta-, somos entes limitados. Hay cosas que no está en nuestras manos cambiar; la humilde aceptación de esta verdad, alivia el peso de estar vivo. Esa es nuestra diferencia con esos seres que llamamos animales, inferiores: que nosotros sabemos que, a consciencia, sufrimos.

Díganme si no: la ignorancia de la propia condición es mejor a la total lucidez sobre ella. Bien, somos unos seres pensantes que caminan sobre la delicada superficie de un planeta en enfriamiento, perdido en medio de ese inmenso espacio que llamamos Universo, solo para evitar afirmar que estamos en medio de la nada.

¿Qué tiene de malo esto? Estar en medio de nada. Es la realidad, creamos o no en ella. Creer, tener fe, son actos irracionales. ¿Por qué? Porque prescinde de los hechos y confía las verdades trascendentales a la nada, a eso que no podemos palpar o demostrar.

Es inevitable pensar que uno es el centro de todo, de la realidad. Pero la vida se encarga de demostrarnos que estamos en un error, equivocados. La humildad nos orilla a aceptar que solo tenemos esta oportunidad, esta vida... nada más. ¿Para qué carajos desperdiciarla en ideologías sin sustento?

La fe es un acto irracional que conduce a conclusiones irracionales. Pero en modo alguno reta a la realidad. El Universo no está pensado para nosotros, de hecho, no está pensado, por tanto, no es de nadie.

Queramos o no, estamos solos, abandonados al inevitable encuentro con seres de otros mundos, inteligencias reales. Estamos en compañía unos de otros, nada más. Solo nos tenemos a nosotros y ya.

Somos, junto con nuestros compañeros "animales", seres errantes, limitados, compuestos del mismo polvo que forma a otras entidades en otros lugares. ¿No es eso maravilloso y REAL? Que exista solo una oportunidad, una chance de levantar la mirada a las estrellas y ver en esa luz del pasado nuestra propia historia. 

La magia existe, es real, solo cuando se avoca a los hechos. Porque esta soledad inmensa cobra sentido cuando aceptamos nuestra condición humana: que no hay más mundo que este y nada más.

lunes, 5 de mayo de 2014

Cinco de mayo, 2014

Un diario no es tal si no registra las experiencias vividas. Por tanto, lo ficticio, lo fantástico -acaso sí, en cierto modo, lo irreal- no tienen cabida en él. Conviene aclarar que su propósito no es el de reportar, con ese alejamiento descriptivo (¿o debería decir: esa descripción alejada?), los sucesos relevantes o noticiosos. No. Un diario es un diálogo interno. Una conversación con uno mismo, quizá. Pero un soliloquio cuya aspiración es ordenar los propios sentimientos, amansar hasta la quietud las hordas desatadas de las emociones. 

Un diario eres tú observándote a ti mismo, con un alejamiento y una cercanía inevitables y necesarios, para lograr entender los ríos de vida y de muerte que corren libres en esas profundas cavernas del subconsciente. 

Un diario son páginas de tu ser expuestas al escrutinio, a la luz de esta realidad, al posible manoseo de otros seres que, como tú, intentan desmenuzar los hechos que nos ocurren, que nos impactan, llenan o vacían... o que no mueven en nosotros nada de nada. También eso se vale: la indiferencia.

¿A qué viene todo esto? Hoy tuve la oportunidad de observar, sin quererlo, las fotografías de cuatro personas abatidas por las fuerzas armadas (sobran las aclaraciones). El horror. La irracionalidad. La repugnancia. No puedo describir lo que en este momento está latente en mí. Por ello, más allá de dar los detalles sobre lo que ocurrió este día en mi ciudad, quiero dejar escrito el grito que hay en mí. Uno hondo, grave y sincero. Un verdadero espanto.

domingo, 4 de mayo de 2014

May the 4th be with you!

Hoy tengo en la cabeza muchas ideas, pero revueltas. Todo empezó con mis sueños de anoche, que arrojaron, como quien no quiere la cosa, un semillero de sensaciones en mi subconsciente.

Ya entrada la tarde, un artículo del periódico sobre filosofía, me ayudó a anudar sentimientos que vagaban dentro de mí, sueltos.

La noche llegó acompañada de la lectura y de una voz femenina que se repite en mi mente: "Me dejaste sola con todo el peso de tu fama".

No recuerdo la cantidad exacta de sueños que tuve, solo sé que fueron muchos. Tampoco recuerdo qué fue lo que soñé. Quedaron en mi mente consciente retazos de esa "realidad". En uno de los sueños tenía yo poderes sobre los objetos: podía moverlos de un lugar a otro, sin tocarlos. También, en la palma de mi mano izquierda, concentraba a voluntad una esfera de calor cuya intensidad y tamaño aumentaban con mi deseo; luego la lanzaba contra lo que yo quisiera. En el sueño tenía enemigos y contra ellos lanzaba la bola de calor, invisible. También soñé a mi abuela materna, difunta. Me aconsejaba no confiar en el automóvil que manejaba en el sueño. Estábamos en Guadalajara, en una casa que, junto con otras, estaban en la orilla de un camino y, tras ellas, una barranca amarilla. Era un día sin sol, en penumbras, como una media tarde nublada en la que no se adivina si está próxima la noche. Era un día a media luz, nublado y pardo. Sin embargo, todo era claridad. Y la voz de mi abuela, su rostro que yo muchas veces había mirado cuando era niño, me decía que no confiara en mi carro. Lo había estacionado cerca de ahí y, cuando fui a buscarlo, no estaba. Que roben mi coche es un sueño recurrente. Por último, el baño. Tenía que ir, pero cuando iba no podía encender la luz antes de entrar. Había muchos baños en esa casa (aclaro, este ya es otro sueño) y baño al que entraba, permanecía a oscuras por más que intentara encender la luz. Eran baños con regaderas, sanitarios solos, o unas habitaciones con tina y demasiado espacio. Hasta baños de escuela dispuestos como en laberinto. Cuando por fin pude encontrar uno, la taza calló a un lado y dejó un enorme boquete en el piso del que manaba un chorro de agua sucia; no eran aguas negras, solo un agua parda que no dejaba de fluir.

El artículo que leí era sobre un filósofo coreano radicado en Alemania. Prácticamente, lo que este señor dice es que nos encanta el chisme, porque nuestra propia vida ha dejado de interesarnos. Bueno, estas son mis palabras, describiendo lo que yo entendí: que exigimos transparencia a nuestros gobiernos, porque queremos conocer los oscuros secretos de nuestros gobernantes; no porque nos interese gobernarlos a ellos. Tanto gobierna el poder, como el ciudadano. Es mutuo, y si esta delicada armonía se rompe, ocurre el desastre que hoy vemos. También tocó un tema personal: la depresión. Dice que es un acto narcisista, porque se olvida del otro. En mi tierra, o mejor debiera decir, en mis tiempos, eso se denominaba: egoísmo.

Por último, la frase "Me dejaste sola con todo el peso de tu fama", nació al ver una fotografía de un sonriente GGM. No pude evitar acordarme de Einstein, que también dejó sola a su mujer cuando murió. Ni de Pilar, la eterna compañera de Saramago. ¿Qué sucede con esas mujeres que han estado al lado de esos grandes hombres... hasta que se mueren? ¿En qué se convierten sus vidas sin ellos? Veo aquí un tema, un territorio para explorar.

Por cierto, dicen el tuiter y el f que hoy es el día de Star Wars. La serie favorita de uno de mis hijos. May the 4th be with you!

sábado, 3 de mayo de 2014

Mi recuerdo más antiguo

El recuerdo más antiguo que guardo es el de la noche en que perseguí sobre la banqueta a un gato negro. La calle estaba vacía y las casas, carentes de bardas o cercas, dormitaban su sueño incipiente a la vera de ese camino desierto. Según los cálculos de Lupita, mi mamá, tendría cuatro años. En un punto de la persecución, el minino se detuvo y volteó a verme: sus ojos se iluminaron con un brillo ámbar que me lleno de miedo. Me detuve, el animal me miraba con esos ojos refulgentes que no se me quitaban de encima. Regresé impulsado por el terror genuino de un niño de cuatro años. Era la primera vez que sentía el miedo a consciencia y era como un hervidero en el estómago.

Muchos años después, rebasados los nueve años, sentí en la misma víscera una emoción distinta, pero de igual intensidad. Ocurrió un día en que Lupita nos dio la noticia, a mis hermanas y a mí, de que el primo Daniel vendría ese día de visita. Mi alegría fue tan grande, que mi estómago se contrajo y luego impulsó mis piernas en numerosos brincos, los brazos alzados, la plena y total alegría escapando por mi garganta. Sentí esa explosión varias veces, durante varios años después. Hasta que desapareció por completo cuando llegó la pubertad y con ella los continuos sueños en que volaba con absoluta libertad. Esos sueños eran diarios y numerosos, así como mis poderes que controlaban los eventos oníricos y los sueños mismos y hasta qué soñar. Ser niño, uno de verdad, te da el control sobre las historias que te cuentas a ti mismo, mientras duermes.

Hoy, adulto, me cuesta volar en sueños. Ni qué decir de sentir tamaña alegría. En cambio, el miedo, aunque distinto, es más aterrador e intimidante, aunque no menos imaginario, irreal. Mi mente es amiga y mi peor enemiga, los dos a la vez. Mis sueños de adulto son un reflejo de mi propia realidad, una versión exagerada de ella.

jueves, 1 de mayo de 2014

Basura y angustia, las dos caras de la misma moneda

Cada vez que tiro el envase de un producto, no dejo de pensar en su destino. Ni en su pasado. Me da tristeza que un objeto se vuelva inútil al vaciar su contenido, que ya no sirva para nada: de pronto es, así nada más, basura.

Pensemos en todos los recursos necesarios para su creación: desde las mentes que los concibieron hasta las cadenas de suministro que llevaron los materiales para su fabricación, las personas (obreros, supervisores, gerentes, ingenieros, personal de limpieza, choferes, guardias de seguridad, etcétera), y, por supuesto, el consumidor (cliente es el que paga, los demás somos mirones). Un gran número de recursos intelectuales, financieros y humanos, de empleos primarios, secundarios y vaya usted a saber de qué otro orden, para consumar ese intercambio comercial: la compra-venta.

Lo que sucede después es lo que acrecienta mi angustia: el producto, o mejor dicho, el contenido se consume y lo demás se vuelve en un abrir, mas no cerrar, de empaque... en un objeto inútil y estorboso. Un desperdicio. Y de alto costo. Conservar los millones de desechos que se generan al consumir los productos que compramos implica un costo no solo económico, sino ambiental, y, me atrevo a decir, filosófico.

¿Qué clase de ser fabrica un objeto que, en realidad, nadie necesita, y que gracias a la mercadotecnia (ese eufemismo del lavado cerebral, de la manipulación de nuestros caprichosos deseos), son vendidos a millones de personas como usted y como yo en quienes ha sido creada una necesidad antes inexistente y siempre innecesaria? ¿Qué clase de ser es éste que delimita su responsabilidad a la venta y a la compra de ese objeto y se desentiende del destino final del empaque? La última pregunta involucra a dos entes: el que lo vende y el que lo compra. Ambos son responsables. ¿Y el que permite el intercambio comercial?

Sea lo que sea, los empaques de varios de los productos que he adquirido a lo largo de mi vida, yacen en los vertederos de basura. Estorbando, contaminando, pudriéndose con lentitud, unos con la velocidad de los siglos y de los milenios (según los expertos).

Cuántos de esos mismos productos cruzan las fronteras que los tratados comerciales han abierto de par en par a los objetos, mas no a las personas: millones. Millones de desperdicios que, hay que aceptarlo, son exportados a otros países.

El capitalismo tiene sus lados oscuros, esos que todos miramos de soslayo, pero que, queramos o no, vacían por debajo de nuestras conciencias, sin darnos cuenta, nuestros espíritus. Lo que queda es esta ausencia desesperante: la angustia.

Abril 30, 2014

El tema principal de hoy en las pláticas y publicaciones de las redes sociales fue la balacera de ayer en mi ciudad. Hasta el periódico local, cuya tónica principal el último lustro hace honor al lema "calladito me veo más bonito", le cedió la plana principal, la nota que impacta, la que vende.

De verdad, me gustaría convencerme de que los tiempos han comenzado a cambiar. Pero me cuesta tanto. Llámenle escepticismo, prudencia, negativismo si quieren; el caso es que ante tanta necedad oficial, tanta cerrazón de los gobernantes, tanto empeño en negar la realidad... Lo voy a plantear de este modo: un adicto, que durante mucho tiempo ha negado su enfermedad decide, por fin, una mañana aceptar su padecimiento. ¿Quién va a creer que puede recuperarse del desastre?

Dicen que los hechos hablan por sí mismos, que "por sus frutos los conoceréis", o, más simple, que "el pez por la boca muere". Pero aquellos que han muerto por las balas y han sido anulados en los discursos oficiales, los que han sido arrebatados de la manera más absurda de sus familias, de sus seres queridos, de nuestra ciudad, en suma, de la vida... ¿quién hablará por ellos? ¿Quién hará valer que una vez existieron, que fueron personas comunes y corrientes, que estuvieron entre nosotros sin ser notados porque estaban vivos? Y ahora que están muertos son igual de irreales, unos fantasmas cuya memoria es reivindicada por unos pocos, los suyos, que padecen el dolor de su ausencia, el horror del modo en que fueron tomados de manera fortuita, el hecho de que ya no están, no porque se fueron, sino porque fueron silenciados antes de levantar la voz... ¿Quién habla por ellos?

La memoria es corta porque los eslabones que unen los recuerdos se rompen, se pierden entre generaciones próximas o inmediatas. El dolor es la llama de una vela que apaga el soplo de la muerte.

En cincuenta o cien años seremos historia. Con suerte, seremos objeto de la curiosidad de personas que mirarán hacia atrás pregúntandose cómo vivíamos, qué sentíamos, cómo hicimos para no perder la esperanza. Esas gentes ignorarán lo que hoy ya sabemos: que sentimos y padecemos lo mismo que ellos, a pesar de la distancia que ha interpuesto entre nosotros el tiempo. Y ellos, así como lo hacemos nosotros, en algún momento de sus vidas, se darán cuenta de que solamente están extendiendo el monólogo de la Humanidad: por qué. El mismo soliloquio que en este momento perpetuamos.

No creo en los viajes en el tiempo, porque no detecto a sus viajeros, emisarios, chingado: vacacionistas, alrededor de mí. Pero, si lo piensan bien, en cierto modo, los viajeros en el tiempo son una falacia: de ser posible, iríamos al pasado cargados con un entusiasmo pueril, solo para toparnos con la verdad de que ahí atrás, estamos nosotros mismos, con otros nombres y otras costumbres... pero siempre, no importa la fecha o el lugar, los mismos entes. La misma esencia.

El tema principal entre los seres racionales es la vida y la muerte, el dolor, la irracionalidad del Universo. Pero que esta verdad te llegue a punta de balas que han sido disparadas por semejantes tuyos, otros igual a ti en esencia, cala hondo. Entonces, ese dolor se vuelve TU DOLOR, solo tuyo... y no hay historia o viaje en el tiempo que logre redimirlo. Este eslabón es inquebrantable, a pesar de la muerte, de la distancia en el tiempo. A pesar de todo.