lunes, 5 de mayo de 2014

Cinco de mayo, 2014

Un diario no es tal si no registra las experiencias vividas. Por tanto, lo ficticio, lo fantástico -acaso sí, en cierto modo, lo irreal- no tienen cabida en él. Conviene aclarar que su propósito no es el de reportar, con ese alejamiento descriptivo (¿o debería decir: esa descripción alejada?), los sucesos relevantes o noticiosos. No. Un diario es un diálogo interno. Una conversación con uno mismo, quizá. Pero un soliloquio cuya aspiración es ordenar los propios sentimientos, amansar hasta la quietud las hordas desatadas de las emociones. 

Un diario eres tú observándote a ti mismo, con un alejamiento y una cercanía inevitables y necesarios, para lograr entender los ríos de vida y de muerte que corren libres en esas profundas cavernas del subconsciente. 

Un diario son páginas de tu ser expuestas al escrutinio, a la luz de esta realidad, al posible manoseo de otros seres que, como tú, intentan desmenuzar los hechos que nos ocurren, que nos impactan, llenan o vacían... o que no mueven en nosotros nada de nada. También eso se vale: la indiferencia.

¿A qué viene todo esto? Hoy tuve la oportunidad de observar, sin quererlo, las fotografías de cuatro personas abatidas por las fuerzas armadas (sobran las aclaraciones). El horror. La irracionalidad. La repugnancia. No puedo describir lo que en este momento está latente en mí. Por ello, más allá de dar los detalles sobre lo que ocurrió este día en mi ciudad, quiero dejar escrito el grito que hay en mí. Uno hondo, grave y sincero. Un verdadero espanto.

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