jueves, 1 de mayo de 2014

Abril 30, 2014

El tema principal de hoy en las pláticas y publicaciones de las redes sociales fue la balacera de ayer en mi ciudad. Hasta el periódico local, cuya tónica principal el último lustro hace honor al lema "calladito me veo más bonito", le cedió la plana principal, la nota que impacta, la que vende.

De verdad, me gustaría convencerme de que los tiempos han comenzado a cambiar. Pero me cuesta tanto. Llámenle escepticismo, prudencia, negativismo si quieren; el caso es que ante tanta necedad oficial, tanta cerrazón de los gobernantes, tanto empeño en negar la realidad... Lo voy a plantear de este modo: un adicto, que durante mucho tiempo ha negado su enfermedad decide, por fin, una mañana aceptar su padecimiento. ¿Quién va a creer que puede recuperarse del desastre?

Dicen que los hechos hablan por sí mismos, que "por sus frutos los conoceréis", o, más simple, que "el pez por la boca muere". Pero aquellos que han muerto por las balas y han sido anulados en los discursos oficiales, los que han sido arrebatados de la manera más absurda de sus familias, de sus seres queridos, de nuestra ciudad, en suma, de la vida... ¿quién hablará por ellos? ¿Quién hará valer que una vez existieron, que fueron personas comunes y corrientes, que estuvieron entre nosotros sin ser notados porque estaban vivos? Y ahora que están muertos son igual de irreales, unos fantasmas cuya memoria es reivindicada por unos pocos, los suyos, que padecen el dolor de su ausencia, el horror del modo en que fueron tomados de manera fortuita, el hecho de que ya no están, no porque se fueron, sino porque fueron silenciados antes de levantar la voz... ¿Quién habla por ellos?

La memoria es corta porque los eslabones que unen los recuerdos se rompen, se pierden entre generaciones próximas o inmediatas. El dolor es la llama de una vela que apaga el soplo de la muerte.

En cincuenta o cien años seremos historia. Con suerte, seremos objeto de la curiosidad de personas que mirarán hacia atrás pregúntandose cómo vivíamos, qué sentíamos, cómo hicimos para no perder la esperanza. Esas gentes ignorarán lo que hoy ya sabemos: que sentimos y padecemos lo mismo que ellos, a pesar de la distancia que ha interpuesto entre nosotros el tiempo. Y ellos, así como lo hacemos nosotros, en algún momento de sus vidas, se darán cuenta de que solamente están extendiendo el monólogo de la Humanidad: por qué. El mismo soliloquio que en este momento perpetuamos.

No creo en los viajes en el tiempo, porque no detecto a sus viajeros, emisarios, chingado: vacacionistas, alrededor de mí. Pero, si lo piensan bien, en cierto modo, los viajeros en el tiempo son una falacia: de ser posible, iríamos al pasado cargados con un entusiasmo pueril, solo para toparnos con la verdad de que ahí atrás, estamos nosotros mismos, con otros nombres y otras costumbres... pero siempre, no importa la fecha o el lugar, los mismos entes. La misma esencia.

El tema principal entre los seres racionales es la vida y la muerte, el dolor, la irracionalidad del Universo. Pero que esta verdad te llegue a punta de balas que han sido disparadas por semejantes tuyos, otros igual a ti en esencia, cala hondo. Entonces, ese dolor se vuelve TU DOLOR, solo tuyo... y no hay historia o viaje en el tiempo que logre redimirlo. Este eslabón es inquebrantable, a pesar de la muerte, de la distancia en el tiempo. A pesar de todo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario