domingo, 29 de septiembre de 2013

Literatura vs Música

La música me ha enseñado que, para que un cuento esté bien contado, debe fluir. No es nada grato escuchar una melodía con interrupciones en su canto. Un cuento debe ser suave en la narración de su historia, debe sonar natural. Como una melodía.

Cuando era puberto, conocí a Mozart. Cada una de sus melodías tenía un toque distinto a las otras; por eso lo reconocía. Y por eso me gustaba. Cada melodía, cada cuento, tenía una tonada distinta en todas las demás. Una frase que sonaba hermosa y no se repetía en ninguna de sus obras. Me propuse escribir así. Que mis escritos tuvieran esa "tonada" distintiva que no se escuchara en ninguno de los otros.

Luego, ya adolescente, vino Beethoven con su profundidad filosófica. Lo escuché y pensé: quiero escribir con ese poder. Que al leer mis letras en el interior despertara esa simiente con la que cargan las melodías de Ludwig. Ese mundo irreal y profundo que se escucha en sus notas.

Rimski-Korsakov me dijo que la poesía existe y es real: Scherezade. Sus poemas sinfónicos resuenan en mí. Cada vez que los escucho no puedo evitar asombrarme.

Luego vinieron Dvórak, Tchaikovski, y muchos otros que me han enseñado que no hay una sola manera de contar historias. Y viceversa, los grandes escritores, Coetzee, Saramago, Knausgaard, me han enseñado que no hay una única manera de contar una melodía. Puedes usar las mismas notas, las mismas palabras, y la melodía y el cuento, la historia, será siempre, distinta, y no menos maravillosa.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Tu mirada


Presiento poemas que escapan,
Sentimientos que tuvieron vida,
fantasmas.

No puedo escribirlos.

Me lees sin darte cuenta que
soy miles de tumbas anónimas,
sepulcros que nutren la vida después de la muerte.


Tu mirada en mí,
sobre mis letras.
Sobre mi cuerpo desmembrado,
abiertas las entrañas,
transparente.

Tu mirada labra cicatrices
siembra dolores futuros,
presentimientos de fantasmas
que susurran poemas.
Apariciones de tus besos,
de tu cuerpo entregándose.

Tu mirada me sepulta...
Un día lejano de primavera.

No sabes que me ves,
estoy a tu lado, transparente,
tu nombre en este frío,
mi nombre en el olvido,
en los rincones de mis escritos, 
en mis personajes,
en el inicio y el punto final.

Sólo tu mirada perdura,
llena de tristeza,
porque me lees y no lo sabes,
me ves y no me conoces.

Pronuncias mi nombre,
escondido en los rincones,
no te das cuenta, 
estoy en tu voz,
leyéndome.

Madre tierra me recibe,
sin ceremonias,
muda, como debe de ser.

Te espero en esta tumba anónima
donde duermen mis palabras,
donde yace el fantasma de
Tu mirada.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Soberbia

El taller de ayer estuvo interesante. Tocó presentar un pequeño ensayo. El mío, como siempre, fue el último en ser leído. No sé si es por el efecto psicólogico que tienen mis escritos, o porque no tengo correcciones (esta vez sólo una coma de más). Siempre soy el último.

La última actividad consistió en un sorteo de palabras que, previamente, elegimos al azar. Una por cada participante. Me tocó "soberbia". Me siento asustado. Intimidado. Tengo que escribir un cuento cuyo tema sea esa palabra cargada de tanto significado.

Años atrás jugaba a inventar historias de frases que escuchaba en la gente desconocida, de lo primero que veía al ir al supermercado, de las personas que me topaba en el trabajo. Las  inventaba, no las escribía. Aún lo hago: inventar historias en mi mente. Pero llevarlas al papel es un asunto distinto. Requiere más de lo que estoy haciendo ahora: escribir lo que pienso.

Tengo una historia en mente para cumplir con la tarea. Sólo una. Pensé el final, primero. Está bien, es lo único que he pensado. El final. ¿Qué sigue después del final?

La maestra leyó un cuento que escribió bajo las mismas circunstancias del sorteo... dichoso. La palabra que le tocó fue: drogas. Tema trillado y machacado en la secundaria. "¿Qué puedo decir de las drogas?", nos dijo, remembrando el shock que le produjo escuchar el tema. El escrito era un diálogo en el teléfono de una mujer cuya adicción a las pastillas fue evidente desde el inicio, pero la magia surge en el desarrollo, cuando la susodicha va planteando su situación sin ser consciente de la misma. Al final, resulta que, tras una superflua cavilación, los adictos, como ella, son seres que deben ser socorridos por personas tan elevadas como la adicta inconfesa que es. Obvio, no reconoce su situación. El relato fue alabado por Emilio Carballido y llevado a escena. "Yo que me cuido".

¿Soberbia? El cuento de las drogas de la maestra tiene mucho de eso. ¿Qué puedo escribir yo ante semejante obra? Por esa razón me siento intimidado. ¿Qué puede escribir un aprendiz como yo después de escuchar un diálogo tan perfecto? Tan atinado. Tan hermoso.

Es apenas un día. Soberbia... soberbia. ¡Maldito sorteo!

jueves, 19 de septiembre de 2013

El refugio

Hoy mi cabeza es un griterío. Una multitud de ideas. Una cortina de humo que envuelve el vacío que hay en mí. 

No, no atravieso un episodio existencial, ni me deslizo cuesta abajo, precipitándome, en la ladera resbaladiza de una depresión. Estoy en pausa, en medio de un reposo interno rodeado de inquietudes (ideas, emociones). Es un estado mental en el que suelo entrar a voluntad, cuando el mundo me abruma. Mi refugio.

Cuando la vida nos cansa, deseamos aislarnos de todo. Y de todos. Tomamos distancia para darle a la mente un descanso. 

En mi caso, busco abstraerme de mí mismo, ya que soy una molestia, una lata, una chinga -diría mi mamá.La convivencia conmigo mismo es una continua tensión.A veces no me soporto y me aplico la ley del hielo. Es difícil estar dándole explicaciones a una máquina que cuestiona todo.

Norbert, ¿te diste cuenta de que la mañana era muy húmeda? Se parece a las mañanas frescas de Jojutla, cuando nos fuimos a vivir con Luis mi papá. Nos levantaba temprano a bañarnos y, en minutos, estábamos montando la moto los tres: él, tú y tu hermano Wicho. Hacíamos media hora en llegar a Jojutla, ya que vivíamos en las afueras, el trayecto era líquido, aire fresco lamiendo los brazos, la cara, los pulmones. Deberías escribir eso. ¡Cuidado con el coche de enfrente! Ya. Vamos a concentrarnos en manejar. Oye, hoy el tránsito no es denso. Podemos acelerar un poco y ganarle unos minutos al tiempo... ¿Te  has dado cuenta de que cuando matamos el tiempo, somos su asesino? Podríamos tuitear eso: mato el tiempo, soy su asesino. ¡No mames! Suena cursi, ¿no? Deberías pensar seriamente en escribir más seguido. Escribes poco. Pero me gusta el dinero, por eso trabajo: para mantener a mi familia, darme mis gustos. A ver si este sábado ya empiezo a ir de nuevo al gimnasio... ¡Mira esta panza!

Ese soy yo. Un diálogo normal cuando voy conduciendo al trabajo. 

Pero cuando voy al refugio, atravieso la confusión de pensamientos, de voces, como si me hundiera en un río de gente, o como si cruzara un desfile desordenado, o la calle principal del centro de una ciudad, esas que son tan concurridas y de alta entropía, y llego a esa pausa, a ese lugar desde el que puedo contemplar, con serenidad, el barullo de todas esas personas que soy.

Son las ideas a quienes contemplo. Silencios también, mas no "El Silencio". Osho decía que la mente era como un televisor encendido a todo volumen. También decía que la mente estaba en uno, pero uno no era la mente; cuando lográbamos ver a la mente desde "afuera" y entendíamos su comportamiento, ésta se detenía. El televisor se apagaba. El silencio que quedaba era nuestra propia voz, lo que realmente somos, nuestra esencia, lo que no puede ser nombrado.

Esa voz, ese silencio, es lo que disfruto. Me conforta estar conmigo mismo, sentirme sin necesidad de la mente, de las palabras, de las etiquetas. 

Quizás no sea tan complicado convivir con uno mismo, con tu pareja, tus hijos, tu familia. Todo es cuestión de que apagues el televisor, tus problemas, y escuches sus voces.

Después de todo, el único refugio seguro que tenemos en nuestras vidas, somos nosotros mismos. Y cuando no nos soportamos, siempre tenemos a la mano el solaz de nuestros seres queridos.

El desafío

Bueno, no todo sale como uno espera. El cuento de El hurto, cumplió con el objetivo de trabajar los diálogos, excepto al final. No está clara mi idea y tuve que explicarla. Aunque no me considero escritor, cuando uno tiene que aclarar de viva voz sus textos, ha fallado como tal. El escrito tiene que darse a entender por sí mismo y no dejar lugar a dudas. Esto no sucedió con El hurto.

No es mi intención contar aquí la idea que tuve al escribir "El hurto". Sólo diré que me propuse, en lo absoluto, usar las acotaciones. Quise elaborar un cuento que fuera, única y exclusivamente, diálogos. Nada de ambientaciones o notas al margen que formen una imagen en la mente. Diálogo puro. Una conversación que, por sí misma, transmitiera la acción y despertara en la imaginación del lector esa atmósfera que no se requiere para el evento que relato.

Es ahí en donde el final fracasó.

Este relato corto fue, como dije en mi publicación anterior, un ejercicio solitario que hice en el 2005. Entonces lo concebí así como lo describo ahora: diálogo puro. Nada más. Es un reto mental que me he propuesto. Un desafío.

Espero no perder el enfoque literario que subyace aquí, ya que al escribir se busca crear arte a través de la autocrítica, que no es sino un ejercicio puramente racional.


lunes, 16 de septiembre de 2013

El hurto triple

En el taller de escritura (creo que así se llama, al menos así recuerdo haberlo leído en el tuit de Akako T-Red. Tal vez sea: taller de literatura, pero me parece demasiado pretencioso), de la semana pasada nos encargaron de tarea realizar un escrito de diálogos. Desde la noche del miércoles estuve pensando qué escribir. La maestra, al final del dictado, dijo: si pueden traer un cuento, mejor. Lo que volvía el trabajo más retador. Hubiera sido más fácil parar la oreja en el supermercado y robarme una conversación ajena. ¿Pero qué utilidad para el taller habría tenido copiar un diálogo?

Pasaron los días y no se me ocurría nada. Así que hoy abrí mis diarios. Tengo tres: uno rojo, otro azul y uno con un diseño abstracto que parece un túnel o las aspas de un abanico girando. En éste último he escrito más, porque es el más viejo (lo uso desde 2004). Los otros dos los compré pretendiendo escribir en el azul historias frías, retazos cuyas tramas no implicaran en lo absoluto al amor. Dicho esto, no es necesario aclarar qué intención tenía con el rojo. Sin embargo, en los cuadernos "de colores" no he escrito mucho, ni de calidad.

En el diario añejo, cuyas pastas llevan tiempo despegadas del lomo del cuaderno, encontré un diálogo que escribí en el 2005. No lo recordaba. Lo leí y de inmediato lo descarté, porque me pareció muy simple. Pero cuando leí el título (por qué razón no lo había leído antes de leer la historia, no lo sé) descubrí que guardaba algo. Tiene posibilidades, pensé. Por mera precaución busqué si había otra historia en la que pudiera trabajar, pero sólo estaba "El Hurto". Sigo dudando qué título ponerle. "El doble hurto" tal vez funcione mejor y explique con mayor tino la historia. Aún no lo decido.

Les comparto el relato a continuación. Por cierto, el diario que llevo al taller, es el azul. Gracias por leerme.

El Hurto
–¿A poco es tan fácil?
–Claro, güey. Te digo que ya he estado trabajando al perro, así que sólo le damos de comer y lo demás será sencillo.
–Pero, ¿qué vamos a robar? Esa señora no tiene ni en qué caerse muerta.
–No es lo que robemos, pendejo. Necesitamos hacerlo para perder el miedo y dar el golpe grande.
–Sí, pero…
–¡Nada! ¿Le entras o no?
–Es que…
–¿Sí o no?
–¡Está bien! ¡Sí!
*****
–¡Espérate, dijimos que nada de armas! ¿Para qué traes ese cuchillo?
–Es por si acaso.
–¿Por si acaso qué? ¡Es sólo una vieja!
–Mira, cabrón. Ya estamos aquí. ¿Lo vas a hacer o no? Yo igual, me aviento.
–Sí. Pero habíamos quedado…
–¡Bueno! Prepárate la comida para el perro.
*****
–¡Chingado! Habría sido más emocionante si la ruca no hubiera dejado la puerta sin seguro.
–¡Sht! Te va a oír.
–¡Órale, güey! Tú vete por allá y yo subo las escaleras.
*****
–Nada.
–¿Cómo que nada, cabrón? Seguro aquí abajo está su recamára. ¿Buscaste bien?
–Sí. La cama está vacía. Ni siquiera está destendida.
–¡Chingado! ¿Encontraste algo que valga la pena?
–No.
–Yo traigo este televisor. Está chico, pero mínimo doscientos por él.
–Está bueno. Ya vámonos.
–¡Pinche perro! ¿Traes más comida?
–No.
–¿Y ahora?
–¿Quién anda ahí?
–¡La ruca!
–¡Vámonos por atrás!
–¿Y el perro?
–¿Quién anda ahí?
–¡Vámonos!
–¡No! ¡Espérate, güey! Si nos ve nos va a reconocer.
–¿Entonces qué?
–¡Llamaré a la policía!
–¡Espérate! ¿Qué vas a hacer? ¡No!
*****
–¿Ves? Pinche miedoso. Te dije que iba a ser fácil. ¡Ja, ja, ja, ja! Lástima que no te robaste nada, cabrón. ¿Qué? ¿No se ve nadie?

–No. Ya vámonos… quiero lavarme toda esta sangre.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Día de Independencia

Hoy es domingo 15 de septiembre de 2013. Ha sido un día de lluvias intermitentes que han dejado un aire húmedo y sofocante. Son las seis de la tarde, en este momento no llueve. Aguardamos la llegada del huracán,  ya depresión tropical, Ingrid. El país se prepara para la tradicional ceremonia del Grito de Independencia.

En el twitter hay publicaciones de gente preparándose para marchar (la verdad, no sé adónde) y de otras que critican al gobierno. En lo personal, no tengo nada qué celebrar, con respecto a este día festivo. Estoy vivo, en casa, con mi familia, todos tenemos salud. Mientras veo el partido de mi amado equipo, mi esposa cocina y mis hijos juegan en la Internet. Habrá personas que dirán que estas bendiciones se las debo a Dios, agradecimiento que me huele a miedo. Un miedo disfrazado de reverencia a la vida y que sólo es un desmesurado temor a la muerte.

No es mi intención discutir aquí pormenores religiosos, menos políticos. Me rodea una sociedad sin sentido, una atmósfera de lucha y rebeldía, pero sin una meta concreta: argumentos sin fondo, sin corazón.

¿Por qué no participo en marchas o apoyo grupos de izquierda? Porque veo más de lo mismo: no me rebelo, porque los que ahora se rebelan son los que anhelan el poder sólo para llenarse los bolsillos tal como lo hacen los grupos actuales.

En verdad, no veo una retórica limpia, un argumento sólido que, más allá de la justicia social, sea práctico y tenga consecuencias inmediatas que beneficien a mi familia.

La inseguridad es dueña de las calles. Para mí, ese miedo es real y puedo palparlo cada vez que me introduzco en esa selva sin ley. Me adapto, trato de sobrellevar la situación con las únicas armas que tengo: escribir y mucha suerte.

La realidad es que no hay nada ni nadie que me protejan, a mí o a mi familia, eso está claro. Algo, o alguien, real. Sé que habrá gente que dirá, con convicción, que Dios nos protege. Pero dentro de mí, lo que escucho no es una verdad, sino su miedo personal, que no ha sabido catalizarse en un argumento racional.

La credibilidad, la seguridad, sólo la dan los hechos. Hasta ahora, nadie los ha presentado de manera contundente y clara. Sin trapas o dobles intenciones.

Llámenme soñador, si quieren, pero sólo soy un hombre que desea dejar un lugar mejor a sus hijos. Así de simple.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Mi Primer Taller

8:28am - El 28 de agosto (8.28) empecé a asistir a un taller literario. Técnicamente es el segundo. Pero si soy sincero, comencé a "tallerear" -si llamamos así a la actividad de analizar objetivamente nuestros propios manuscritos, para eliminar de ellos la paja, lo que no sirve-, con mi maestra de Español, en Secundaria. Creo que fue en segundo grado, porque en primero -todavía lo recuerdo- su sadismo se concentró en declamación ("¿Quién ha dicho que no soy español? ¡Soy español!", repetidas miles de veces, no exagero). Para el bien del colegio, y, obvio, el mío, quedé en tercer lugar en la selección interna, de la que saldría nuestro representante en los concursos entre secundarias.

La elección de los candidatos para la competencia de Composición a la Bandera, fue democrática. Por grados, cada alumno tuvimos que escribir una cuartilla, expresando nuestros más profundos sentimientos, a ese símbolo patriótico, noble y magnífico, que sólo existe así en las mentes de pubertos como los que éramos entonces -confiesen: ninguno de ustedes, lectores, aprecia por encima de sus propias vidas ese pedazo de tela tricolor. La maestra leería todas las hojas -aunque estoy seguro de que descartó algunas sin ni siquiera atreverse a hundir la mirada en la telaraña pergeñada en ellas-, y elegiría los rescatables. De nuestro grado, junto a otros dos compañeros, me eligió a mí.

A partir de ahí, todas las tardes, después de clases y de haber ido a comer a nuestras casas, volvíamos al Colegio y, encerrados durante una hora, escribíamos sobre el tema que ella nos daba. Tras las eliminatorias los encerrones fueron solitarios, yo y mi soledad -como dicen. La maestra Esther me daba un tema que debía desarrollar en no más de sesenta minutos. El escrito debía cumplir las reglas básicas de la narración: inicio, desarrollo y conclusión. Todo a mano, sin correcciones, tachones y, muy importante, con letra legible.

Una tarde, críticó con dureza mi falta de empeño. Mis primeros manuscritos fueron hechos con el mayor desinterés e irresponsabilidad. Escribía por escribir, por cumplir la nota. Antes de empezar la sesión, la maestra Esther se sentó conmigo y se sinceró: "No estás aquí a fuerzas. Te puedes ir cuando quieras. Lo que me has dado hasta ahora simplemente no sirve. Yo quiero leer a la persona que escribió la composición que me diste la primera vez". Un punto que no aclaré es que el primer manuscrito al que ella se refería, el que me llevó hasta esa tarde, fue hecho durante clase; así que la maestra estaba segura de que era yo quien lo había escrito. "Tienes una facilidad para expresarte escribiendo, no la desperdicies. Vete y piensa bien si quieres seguir en esto".

 
¿Qué había en sus palabras que me tocó? No lo sé. Pero volví. Tomaba cada tema y le buscaba un lado que me interesara. Entonces descubrí que me gustaba dar mi opinión y que siempre había algo que decir. Vamos, no se trataba de crear profundos o gloriosos pensamientos (si me han leído hasta aquí, lo entienden: en estas palabras no hay nada digno de ser premiado o alabado, sólo yo, mi experiencia de vida), nada más tenía que sentarme y fluir, dejarme llevar, escribir lo que pensaba. Que luego se volvió plasmar lo que sentía, lo que me molestaba, lo que gustaba, lo que odiaba. Lo que amaba.



En el concurso intersecundarias quedé segundo. Contarles cómo sucedió es, en sí misma, otra historia que dejaré para otra ocasión. Tal vez para dentro de un año, para celebrar la apertura de este blog (si es que sigo aquí, claro).


Son las diez en punto. Releí varias veces esta publicación y me dí cuenta de que la idea inicial que deseaba compartir, dejó paso a una historia distinta. Con justa razón titularé esta entrada al blog: "Mi primer taller". La dejaré así, de ese modo tendré qué contarles en mi siguiente publicación. Que estén bien.

Gracias por leerme.


Tehuani

Septiembre 14 de 2013, El Inicio

Escribí esto el 14 de septiembre de 2013. Fue mi primera entrada en el blog y hasta hoy, 2 de mayo de 2014, la publico. He hecho correcciones y agregado comentarios.

Acabo de crear mi blog. Ya lo tenía en mente desde hace un tiempo. No puedo precisar cuánto. Por ello, mi primera publicación, tal vez no cumpla con los cánones (si es que existen) de los blogs amigables, correctos o entrenidos. Ustedes, los que lean esto, los que -digámoslo- me lean, lo entenderán. Con los meses, quizás años, serán testigos del progreso de mi aprendizaje como "blogger", porque como escritor uno nunca deja de aprender. Asimismo, se aprende a escribir viviendo, con la muerte junto a ti. 

La razón de escribir no es solamente expresar "algo", dejar huella; es tratar, de algún modo, trascender ese destino certero y único que nos aguarda a todos, sin excepción. Perdurar, ese eterno vicio que padece la humanidad. No podemos tolerar la idea de que somos nada, de que nuestra existencia no tiene explicación, un porqué. Por ello, anhelamos perpetuarnos a través de nuestras creaciones: intentamos ser Dios (ese amigo imaginario que aún nos acompaña en estos días).

Por eso este blog. Para tratar de entablar un diálogo honesto, algunas veces ficticio, y sentar un diario que registre mis sentimientos en un manojo incierto de días que, por alguna razón inexplicable, decidí poner en palabras.

Pero, sobre todo, quedará mi voz, agradable o molesta, a disposición de quien decida escucharla.

Espero no defraudarlos y lograr sembrar en ustedes un sentimiento que, al paso de las estaciones, llegue a fructificar.

Todos tomamos el fruto del mismo árbol, mas no comemos la misma fruta.

Gracias por leerme.