domingo, 15 de septiembre de 2013

Día de Independencia

Hoy es domingo 15 de septiembre de 2013. Ha sido un día de lluvias intermitentes que han dejado un aire húmedo y sofocante. Son las seis de la tarde, en este momento no llueve. Aguardamos la llegada del huracán,  ya depresión tropical, Ingrid. El país se prepara para la tradicional ceremonia del Grito de Independencia.

En el twitter hay publicaciones de gente preparándose para marchar (la verdad, no sé adónde) y de otras que critican al gobierno. En lo personal, no tengo nada qué celebrar, con respecto a este día festivo. Estoy vivo, en casa, con mi familia, todos tenemos salud. Mientras veo el partido de mi amado equipo, mi esposa cocina y mis hijos juegan en la Internet. Habrá personas que dirán que estas bendiciones se las debo a Dios, agradecimiento que me huele a miedo. Un miedo disfrazado de reverencia a la vida y que sólo es un desmesurado temor a la muerte.

No es mi intención discutir aquí pormenores religiosos, menos políticos. Me rodea una sociedad sin sentido, una atmósfera de lucha y rebeldía, pero sin una meta concreta: argumentos sin fondo, sin corazón.

¿Por qué no participo en marchas o apoyo grupos de izquierda? Porque veo más de lo mismo: no me rebelo, porque los que ahora se rebelan son los que anhelan el poder sólo para llenarse los bolsillos tal como lo hacen los grupos actuales.

En verdad, no veo una retórica limpia, un argumento sólido que, más allá de la justicia social, sea práctico y tenga consecuencias inmediatas que beneficien a mi familia.

La inseguridad es dueña de las calles. Para mí, ese miedo es real y puedo palparlo cada vez que me introduzco en esa selva sin ley. Me adapto, trato de sobrellevar la situación con las únicas armas que tengo: escribir y mucha suerte.

La realidad es que no hay nada ni nadie que me protejan, a mí o a mi familia, eso está claro. Algo, o alguien, real. Sé que habrá gente que dirá, con convicción, que Dios nos protege. Pero dentro de mí, lo que escucho no es una verdad, sino su miedo personal, que no ha sabido catalizarse en un argumento racional.

La credibilidad, la seguridad, sólo la dan los hechos. Hasta ahora, nadie los ha presentado de manera contundente y clara. Sin trapas o dobles intenciones.

Llámenme soñador, si quieren, pero sólo soy un hombre que desea dejar un lugar mejor a sus hijos. Así de simple.

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