sábado, 14 de septiembre de 2013

Mi Primer Taller

8:28am - El 28 de agosto (8.28) empecé a asistir a un taller literario. Técnicamente es el segundo. Pero si soy sincero, comencé a "tallerear" -si llamamos así a la actividad de analizar objetivamente nuestros propios manuscritos, para eliminar de ellos la paja, lo que no sirve-, con mi maestra de Español, en Secundaria. Creo que fue en segundo grado, porque en primero -todavía lo recuerdo- su sadismo se concentró en declamación ("¿Quién ha dicho que no soy español? ¡Soy español!", repetidas miles de veces, no exagero). Para el bien del colegio, y, obvio, el mío, quedé en tercer lugar en la selección interna, de la que saldría nuestro representante en los concursos entre secundarias.

La elección de los candidatos para la competencia de Composición a la Bandera, fue democrática. Por grados, cada alumno tuvimos que escribir una cuartilla, expresando nuestros más profundos sentimientos, a ese símbolo patriótico, noble y magnífico, que sólo existe así en las mentes de pubertos como los que éramos entonces -confiesen: ninguno de ustedes, lectores, aprecia por encima de sus propias vidas ese pedazo de tela tricolor. La maestra leería todas las hojas -aunque estoy seguro de que descartó algunas sin ni siquiera atreverse a hundir la mirada en la telaraña pergeñada en ellas-, y elegiría los rescatables. De nuestro grado, junto a otros dos compañeros, me eligió a mí.

A partir de ahí, todas las tardes, después de clases y de haber ido a comer a nuestras casas, volvíamos al Colegio y, encerrados durante una hora, escribíamos sobre el tema que ella nos daba. Tras las eliminatorias los encerrones fueron solitarios, yo y mi soledad -como dicen. La maestra Esther me daba un tema que debía desarrollar en no más de sesenta minutos. El escrito debía cumplir las reglas básicas de la narración: inicio, desarrollo y conclusión. Todo a mano, sin correcciones, tachones y, muy importante, con letra legible.

Una tarde, críticó con dureza mi falta de empeño. Mis primeros manuscritos fueron hechos con el mayor desinterés e irresponsabilidad. Escribía por escribir, por cumplir la nota. Antes de empezar la sesión, la maestra Esther se sentó conmigo y se sinceró: "No estás aquí a fuerzas. Te puedes ir cuando quieras. Lo que me has dado hasta ahora simplemente no sirve. Yo quiero leer a la persona que escribió la composición que me diste la primera vez". Un punto que no aclaré es que el primer manuscrito al que ella se refería, el que me llevó hasta esa tarde, fue hecho durante clase; así que la maestra estaba segura de que era yo quien lo había escrito. "Tienes una facilidad para expresarte escribiendo, no la desperdicies. Vete y piensa bien si quieres seguir en esto".

 
¿Qué había en sus palabras que me tocó? No lo sé. Pero volví. Tomaba cada tema y le buscaba un lado que me interesara. Entonces descubrí que me gustaba dar mi opinión y que siempre había algo que decir. Vamos, no se trataba de crear profundos o gloriosos pensamientos (si me han leído hasta aquí, lo entienden: en estas palabras no hay nada digno de ser premiado o alabado, sólo yo, mi experiencia de vida), nada más tenía que sentarme y fluir, dejarme llevar, escribir lo que pensaba. Que luego se volvió plasmar lo que sentía, lo que me molestaba, lo que gustaba, lo que odiaba. Lo que amaba.



En el concurso intersecundarias quedé segundo. Contarles cómo sucedió es, en sí misma, otra historia que dejaré para otra ocasión. Tal vez para dentro de un año, para celebrar la apertura de este blog (si es que sigo aquí, claro).


Son las diez en punto. Releí varias veces esta publicación y me dí cuenta de que la idea inicial que deseaba compartir, dejó paso a una historia distinta. Con justa razón titularé esta entrada al blog: "Mi primer taller". La dejaré así, de ese modo tendré qué contarles en mi siguiente publicación. Que estén bien.

Gracias por leerme.


Tehuani

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