lunes, 23 de diciembre de 2013

Lo que voy a hacer

Antes del taller, escribía en mis diarios historias que venían a mi mente, sin pedirlas. Sólo tomaba la pluma, abría el diario y escribía. Era un completo desorden, porque al terminar los relatos y, tras una ligera revisión, los olvidaba. Si acaso un día los releía, añadía correcciones menores y no volvía a preocuparme por ellos. Sin embargo, este año pude releerlos y descubrí que en realidad no estaban terminados. Eran esbozos. Historias inconclusas. Confieso que en este mismo momento, siento un vacío en el vientre: es la angustia o quizás el miedo, o ambos. En mi cabeza revolotea una pregunta que no he formulado, pero cuyo significado empieza a doblegarme: ¿qué vas a hacer a partir de ahora, Tehuani?

¿Qué voy a hacer?

Disfruto mucho escribir. No sé la razón. No sé por qué la necesidad de contar historias. Me gustaría decir que por medio de ellas entiendo un poco más al mundo, a las personas. Pero en realidad no es así. Sólo sé que si no lo hago, escribir, no podré estar tranquilo. Haga lo que haga en mi vida diaria, ahí estará ese sentimiento, esa presencia, siguiéndome, mirándome con reproche. Tal vez hasta me reclame y me llene de gritos la cabeza. No me permitirá concentrar, cometeré errores, diré incoherencias cuando otros me hablen. Entonces mi humor se tornará negro, me volveré más huraño, me pondré irritable y esta angustia, cuyo origen no logro explicar, comenzará a comerme por dentro y aparecerá el dolor. El sufrimiento me llevará hasta el límite, al extremo de no poder soportar más hasta que no tome la maldita pluma y con ella hiera la piel virgen de mi diario.

Como dije, tengo que escribir para estar tranquilo; en paz conmigo mismo. Para dar voz a esas personas que deambulan en mi universo hilando sus propias historias, padeciéndolas, disfrutándolas.

¿Qué voy a hacer?

Aprender a escribir. Trabajar. Tachar. Tirar. Empezar de nuevo. Volver a suprimir. Desechar otra vez. Seguir trabajando. Continuar rayando palabras. Descartando párrafos, hojas enteras. Herir el papel, mutilar los textos, dejar que los escritos se desangren. Intentar contar las historias bien leyéndolas en voz alta. Ordenar mis ideas. Afilar mi pluma, mi daga. Tomar un breve descanso o tal vez uno largo o quizás ninguno. Reflexionar. Sacrificar mi tiempo, pero también a los manuscritos, tal vez a todos ellos. Dedicar más horas, más días, muchos meses, a este acto agotador, a esta pacificación de mi mismo. Proveer a la deidad de víctimas para que su ira no caiga sobre mí. Ofrendar a ese dios mis palabras, pulidas, trabajadas, llenas de significado.

La angustia crece. El miedo se reaviva. Este ente no calla. Tomo la pluma, la empuño contra el papel; pero en realidad, la empuño contra mí.

sábado, 16 de noviembre de 2013

El taller de escritura: 8:28

Es curioso cómo fui a dar al taller de escritura. En la edición dominical del periódico de mi ciudad, Reynosa, leí un artículo de Cristina Rivera Garza (crg) y su relación con las redes sociales, especialmente el Twitter (no me gusta esa palabra así que usaré Tuiter). Ella decía que había que poner atención a lo que ahí se estaba haciendo. El hecho que Cristina no tuviera una residencia fija -que deambulara entre el país del norte, ese gigante voraz, y México, este país indescriptible (el México del norte no es el mismo país del centro, ni el del sur. Y aún en cada una de estas regiones es distinto)- fue determinante en despertar mi interés en ella. Quería conocerla.

Así que empecé a buscarla en Tuiter. Tardé unos días en encontrarla. Luego, la seguí y busqué, en las personas que ellas seguía, gente de interés. Debo hacer un paréntesis aquí. Por "gente de interés" quiero decir personas que crg  tenía en su lista de a quiénes seguía y que, de algún modo captaron mi atención. Esta red sin restricciones me permitió agregar a mi lista de "followed" a muchas personalidades. Entre ellas a una que un buen día publicó el inicio de un taller en Reynosa. Tal vez fue el destino o la casualidad. No lo sé. Pero el taller iniciaba el día de mi cumpleaños: 28 de agosto. Pedí información por correo electrónico, me respondieron y aquí estoy. Así de simple.

Ese día cumplía 37 años. Desde un año antes me obsesionaba mi fecha de nacimiento: 8.28. Estuve publicando en el Facebook el número (8.28).  Hasta mi esposa ganó unas maletas el día de la Madre con ese número... Este año mis placas del coche llevan el número 8228. No soy muy dado a la superstición, ni a las casualidades. Pero debo admitir que me gusta que en el día de mi cumpleaños 37 iniciara una etapa importante de mi vida, sin querer. Cuando estuve en la universidad creamos un grupo de teatro que nombramos Escena 37, a sugerencia mía. No sé por qué les gustó.

Agosto 28, Escena 37 (2013). Aquí vamos.




domingo, 3 de noviembre de 2013

Cazadores de espectros

Han pasado más de diez días desde la última publicación que hice en el blog. He estado ocupado tratando de escribir tres cuentos. Mientras, he terminado otros dos que son tareas del taller. ¿Cómo ha sido posible esto (que pueda terminar dos cuentos y tres queden pendientes)? Es difícil explicarlo. Ahora mismo podría estarlos terminando, pero no es así. Las historias me han soltado; no caminan por donde quiero. O más bien, no son mi voz, no dicen lo que quiero, lo que soy. Por eso decidí detenerme. Tengo hasta el 30 de noviembre, quizás antes, para terminarlas y entregarlas.

Son tres historias distintas, por tanto, tres cuentos diferentes. Uno habla de un amor imposible, otro es un cuento fantástico y el último, es un relato sobre la pasión. Los escogí de esa manera, para poder dedicarme a cualquiera de los otros si no podía terminar uno. Hoy no puedo continuar ninguno de los tres.

Y aquí estoy, varado en la playa de la indolencia, como esos pobres cetáceos que van a dar a ellas y nadie sabe porqué. Así como yo, que desconozco cómo he venido a dar aquí, anquilosado, muerto en vida. Los escritores temen la página en blanco; peor es la página a medias, ésa, conato de diálogo, que flota como un gemido de mudo.

Quizás ayude releer lo que llevo escrito con la esperanza de continuar la narración. Sin embargo, los tres espectros deambulan en mi mente, seguro también lo hacen en mi subconsciente y en ese hipogeo desconocido que es el inconsciente. Los veo aparecerse cada día en donde menos espero: en el televisor, en mi espejo, en la figura de mis familiares o de la gente que pasa por la calle, frente a mi casa. Ahí van sin saber que los miro callado, al acecho, a través de la rendija de mi ventana, escondido tras la cortina, esperando el momento justo en que me decida a atraparlos.

Los que inventamos historias y los que las escriben eso somos: cazadores de fantasmas que un día deciden abandonar las cuevas de nuestro profundo inconsciente, porque han decidido no pertenecernos más y cobran vida propia.

Entonces nos convertimos en cazadores de espectros, pensando que perseguimos apariciones, aunque en verdad, nos perseguimos a nosotros mismos.

viernes, 25 de octubre de 2013

Minicuentos, 23 de octubre


Minicuentos del taller del 23 de octubre de 2013.


Tenía apenas dos días de muerto y la hamaca que usaba, vacía ahora, era el solio del poder que él tenía en casa; desde la tumba, continuaba gobernándola.

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Entonces, desde lo más profundo del hipogeo de su alma, subieron oscuros sentimientos que él creía enterrados y, que ahora revividos, comenzaban a dominarlo.

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La negativa de él soliviantó emociones recónditas en ella, agolpándole todas las palabras en la garganta. Quería gritárselas en la cara, mas no podía. Era un hervidero de nervios, de enojo, un volcán a punto de la erupción, cuya intensa furia se había acumulado con los años de indiferencia, de burlas y maltratos, que sólo consiguió liberar al darle un bofetón de olor a azufre, a sal y a sangre, lanzándolo contra la enorme puerta de cristal, que cedió al instante de recibir el cuerpo sorprendido de él.

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El dejo de su voz transportaba una murria ácida, cruzaba el aire y se estrellaba en las paredes, carcomiéndolas.

Un escándalo de luz

Escribí en uno de mis ejercicios del taller de escritura "afuera era un escándalo de luz". Así es este domingo, después de una semana de lluvias que acribillaron las calles y les dejaron millares de heridas que exponen el suelo basto, sobre el que, débilmente, se asienta nuestra infraestructura, tornándolas intransitables para vehículos y peatones. En Reynosa, la civilización no ha logrado domar a la Naturaleza.

La realidad de nuestra ciudad nos asusta. Simulamos ignorarla, pero ella ahí está, en la esquina, cerca de nuestras casas. Cuando vamos al trabajo, nos la topamos seguido. De vez en cuando, el noticiero de la noche da información de ella y de un hecho raro: aún existimos.

No es que el miedo nos obligue a callar, es la muerte. Preferimos medrar, como se pueda, en medio del caos, que morir.

Mis amigos, que no son muchos, me platican anécdotas que han tenido al encontrarse con delincuentes en las calles –no los llamaré "mañosos", "narcos", "sicarios", etcétera. Su nombre correcto es: delincuentes. Todos coinciden en que su edad debe ser menor a los veinte años. "Mocosos", "güerquitos", "chamacos", por mencionar los que recuerdo. Todos hijos de madres como las nuestras, hermanos de personas como nuestros hermanos o hermanas, gente común y corriente que prueba suerte jugándose la vida y quitándosela a otros. 


Nuestro lenguaje, de por sí, tiende a disfrazar la realidad. A pervertirla. A través de esa perversión del lenguaje, nuestra percepción de la realidad se suaviza. Entonces es más sencillo aceptar la crueldad, el horror, el miedo propio ante ellos. Vivir se vuelve real... ¿o la realidad se torna vivible? Cualquiera que sea el caso, nuestras mentes construyen una fantasía más llevadera.


Sin embargo, esta crueldad no es nueva. Existen numerosos relatos, libros, películas, sobre las barbaries a las que nuestros antepasados fueron sometidos. Un claro ejemplo es la Biblia, plagada de asesinatos, exterminios y venganzas, perpetradas en el nombre de Dios.  El mismo horror o sadismo ocurre en colonias de hormigas, de abejas, en manadas de monos y de delfines. Contextos un poco distintos, pero en esencia los motivos y los resultados son los mismos: supervivencia y muerte.

Si vamos más allá, a las estrellas, existe la violencia de las leyes naturales. No que los astros se exterminen entre sí con plena consciencia, sino que el Universo se expande y desenvuelve sin la menor delicadeza: él mismo, según las últimas teorías científicas, nació de una explosión, las estrellas en sí mismas son un violento cúmulo de estallidos nucleares; inclusive, las muertes de miles de millones de estrellas –como expresó Carl Sagan– suceden por medio de fenómenos llamados supernovas, estrellas de neutrones o agujeros negros, cuyo común denominador es la máxima expresión de fuerzas descomunales capaces de deformar el espacio-tiempo. Es decir, la violencia en su máximo esplendor.

Obvio, son contextos diferentes. Lo que trato de mostrar es que la paz y la tranquilidad no es un estado natural, sino un prototipo mental que nace en nuestros cerebros. Con esto, no trato de excusar la estupidez que nos rodea. Para nada. Tengo por seguro que, si en este momento, salgo y un grupo de delincuentes pubertos, armados, me intercepta, el miedo se hará presente.

La violencia, la injusticia, son conceptos que nacen en nuestras mentes al humanizar la realidad. Creemos que el Universo está "creado" para nosotros, pero éste nos demuestra que no es así. Sólo somos parte de él. Y nada más.


Pero este horror, esta muerte sin sentido que nos rodea, nace de nosotros. De esas personas que, persiguiendo riqueza, fama, gloria y temor, se permitieron explorar vertientes de nosotros mismos que sabíamos que estaban ahí. Tuvieron el valor de entrar a esa oscuridad y la trajeron consigo; luego, se perdieron en ella.


Nuestra consciencia humaniza la realidad. Sin embargo, la ignorancia, la que impera ahora a nuestro alrededor, la torna insoportable.


Deseo nunca verme, ni a mi familia o amigos, en medio de esa crueldad. Porque no habrá razonamientos, por  muy sesudos que sean, que eviten el dolor y el sufrimiento.


Al final, de eso se trata, de que nos vayamos de este mundo en un escándalo de luz.


domingo, 20 de octubre de 2013

Escribir

Escribir es no tener miedo, hasta de uno mismo.

La honestidad cruel, absoluta, debe preponderar. Si no, mejor no escribas. Ni lo intentes. No se puede escribir, soslayando verdades que incomodan. Verdades que matan. Escribir, como acto creador, es un actor destructor si no se le sabe emplear.

Cuando escribes, se nota cuando no eres tú.

No existe tal cosa llamada "escribir bien", o mal. Sólo hay escribir. Escribes o no escribes. Eres honesto, o te pendejeas a ti mismo. No hay nada peor que escupirse en la cara.

Si al leerte detectas una belleza jamás escrita por nadie, no sirve. Si al leerte tu cerebro te dice que huele a mierda; no hay de otra, es mierda.

Lo que escribes no te tiene que gustar. Ni a nadie. Debes ceder el control a esa persona que llevas dentro y que no es nada en el mundo de los humanos, en eso que llamamos "sociedad".

Confesemos, nadie es brutalmente honesto en sociedad, ni cien por ciento uno mismo. Si fuésemos así, ningún círculo social nos aceptaría. Por eso escribimos, o pintamos, o fotografiamos. Porque el mundo tiene algo que no nos gusta y queremos transformarlo, entenderlo, disfrutarlo de un modo distinto o, simplemente, decirlo como no nos atreveríamos a hacerlo en sociedad.

Por ello, escribir, aparte de ser un acto de honestidad, es un acto de validación personal. Las mentiras mal contadas, son mentiras. Sin embargo, las mentiras bien contadas son literatura. O, humildemente, escribir.

Al final, poner en palabras nuestros sentimientos y nuestra opinión sobre el mundo, original o no, es un exhibicionismo. Nos abrimos, así sin más y con ello nos exponemos al ojo crítico o burlón de los demás.

Escribir, tal vez, no es difícil. Lo es dar a leer lo que somos en nuestros escritos, exhibir nuestros sentimientos más profundos, nuestras mentiras más creíbles. Y dejar que el mundo ruede y pisotee lo que más amamos.

Sólo asegúrate de que el primero en hacerlo seas tú.

Buenas noches.

jueves, 17 de octubre de 2013

Mini cuentos

Les dejo estos minicuentos, ejercicios del taller pasado.

-El mar, ola tras ola, le susurra un abanico de posibilidades. Pero él no las entiende y van a perderse al universo interno de las conchas.
  
-El Sol, incrustado en el cielo esa helada mañana en el bosque, era silencioso, a diferencia de otros días en los que se le escucha arder.

-Luego él quiso esconder el rubor en los intersticios de la sonrisa de ella, pero ya era tarde.


-Bastó ese intersticio entre ambos segundos, para que ella comprendiera que la amaba.

Posdata:
Aprender sobre albañilería, siempre es bueno. Aunque no llevemos las manos a la obra. Buenas noches.
 

domingo, 13 de octubre de 2013

Una historia de principios

"Ese día nada se había acomodado bien. Los soldados de las calles, patrullando la ciudad, se habían metido en sus sueños y entraban en contacto con él. Su abuela paterna, recién operada, convalecía en el hospital desde el jueves y él se enteraba este sábado, en la última hora del día.

Llevaba dos noches soñando con los militares. Las dos noches de convalecencia de la abuela. No pensó en una coincidencia. Sólo lo aceptó. Así nomás, quedito, como diría Rulfo. Avisó a las hermanas por Facebook, y se acostó a dormir. Iría a verla al otro día. Sin falta, los soldados estarían hoy en sus sueños.".

¿Es un buen principio empezar por el final? En este caso todo es verídico. Todo me sucedió. Sin embargo, es una ficción, porque no es el final verdadero. Lo tomé prestado para comenzar a hilar la historia. Cuajó dos semanas atrás, para ser exactos; pero anidó en mí años atrás. En realidad no me dí cuenta, mentiría si afirmara lo contrario. 

No pretendo contar la trama aquí. Desnudarla. Quisiera compartir como surgió, aunque ni yo mismo esté consciente de ello. Sucedió al platicar con mi esposa: estaba seguro sobre quiénes iba a escribir, pero no sabía la historia en sí. Ella bajó y leyó el principio... entonces, en mí, sin quererlo, brotó la idea, completa. Inclusive se la revelé.

Su mirada gustosa me dio a entender el acierto. Sólo me falta escribirla. Sólo me falta escribirla...

jueves, 10 de octubre de 2013

Escribir, para leer bien

Hoy es 10 de octubre. El martes empecé un curso de liderazgo que termina mañana. Las tres tardes posteriores al mismo, he salido exhausto. En este momento escribo, porque tengo la sensación de que me ayudará a relajar la mente. Vamos a ver.

Ayer, en el taller de lectura, aprendí de mis observaciones sobre los textos de mis compañeros. También de las que hicieron del mío. Sin embargo, doy mayor valor al aprendizaje que obtuve de mis comentarios sobre los escritos ajenos. Me enseñaron a leer. A Leer, con mayúscula. Ignoraba que los textos pre-literarios escondieran joyas. No, no me malinterpreten: no pretendo demeritar la calidad de la escritura de mis compañeros. No. Aceptemos que estamos todos en el taller porque deseamos aprender a escribir. Hacerlo bien. Lo que trato de decir es que en el taller mi lectura ha empezado a mejorar.

No estoy muy seguro, pero creo recordar el anuncio en el periódico como "taller de lectura". Semanas después, en mi mente, cambió a "taller de literatura". Desconozco la razón. Mi punto es que en este momento, estoy convencido, sin lugar a dudas, de que la primera acepción es la correcta: estoy aprendiendo a leer. A encontrar esa belleza en las palabras ajenas.

Gabriel García Márquez, en "La bendita manía de contar", dice, en mis palabras, que cualquier persona puede escribir grandes textos, sin ser un escritor reconocido. Todo es cuestión de empeño y trabajo. De oficio. Qué es lo que determina que te conviertas en un escritor ampliamente leído y aceptado en lugares impensables como el extranjero y tan remotos como tu propia tierra, es un asunto que no pienso abordar. No recuerdo si ése mismo libro menciona que la clave está en la lectura. Por ello, me he propuesto releerlo. Del mismo modo que estoy releyendo "El llano en llamas", tras el cual seguirá "Pedro Páramo". Años atrás ya habían pasado por mis manos. Pero los leí mal. Tan mal que no supe apreciar la belleza que había en ellos. No quiero pensar en todos los otros libros que he leído, porque la angustia hará de las suyas y me hará pedazos. Tampoco quiero presumir mencionando aquí cuáles fueron. No quisiera terminar con una jaqueca peor a la que tenía cuando empecé esta entrada en el blog.

Lo importante, lo que quiero compartirles, es que la sesión de ayer abrió mis ojos. Ignoro si en un taller en el que se leyera y no se escribiera, el resultado hubiera sido el mismo. La diferencia, me atrevo a afirmar, es que si solamente nos enfocamos a leer escritores que saben escribir y nos privamos de los que vamos aprendiendo, jamás llegaríamos a leer de verdad. No sólo con los ojos y la mente, sino con el alma y el corazón.

Bien lo ha dicho nuestra maestra: "escribir es desnudarse". Pero leer, leer de verdad, es hacer el amor.

Buenas noches.


domingo, 6 de octubre de 2013

Realidades alternas

"Vida, debo ausentarme un tiempo, para escribir mi versión de ti". Lo tuiteé ayer. 

Escribir, en cierto modo, es dar nuestra versión de los hechos. De los que nos ocurrieron a nosotros. Es decir cómo los vimos, cómo los sentimos, que huella dejaron en nosotros. A veces, no contamos los hechos tal y como nos ocurrieron. Los inventamos. Aun así, no pierden verosimilitud.

La realidad impregna nuestras mentes, inunda nuestros subconscientes e inconscientes sin que nos demos cuenta. Un día despertamos felices; otro, contentos; los demás, si despertamos, nos pesa y duele la crueldad de la realidad. Pero ahí está. Ocurriendo sin inmutarse por nosotros. Puedes ser cristiano o musulmán, judío o budista, creyente o no creyente, la realidad no te pregunta ni te solicita permiso para suceder. Ahí está, contigo y sin ti. Y es tan grande su peso, que la aceptamos como es y, al mismo tiempo, nos rebelamos contra ella.

Pero al escribir creamos una realidad alterna. Quizás es un efecto parecido al de las drogas. Tal vez, los que no quieren o no saben escribir, se drogan por esa razón; y los que sí, también, pero con las letras.

Desde tiempos lejanos, desde los sumerios, se han inventado múltiples maneras de atontar el cerebro. La carencia de buenos cuentistas, que retaran a la realidad, tal vez orilló a aquella gente a utilizar alucinógenos. O quizás fue sólo por el placer que éstas producen. No puedo escribir de algo que no conocí, sólo puedo inventar una versión propia de lo que pienso que pasó.

Versiones existen muchas. Unas mal contadas. Pero cuando una historia empieza a construirse en tu mente, gracias a las palabras que lees, y poco a poco vas formándote una idea de como sería si esa historia que, sabes que es ficticia, fuera real, entonces comienzas a experimentar placer. Una "chaqueta mental". Una masturbación mental. Escribimos, los que queremos, bien o mal, por placer. Nuestras palabras despiertan sensaciones recónditas y malsanas, en algunos casos profundas, que anegan nuestro cerebro de dopaminas. Nos volvemos adictos a las letras, a las historias bien contadas, por el placer que nos producen. Lo curioso es que esta clase de hedonismo, nos enseña a pensar, a cuestionar, a enfrentar la realidad tal como es. Cuando has conocido tantas mentiras bien contadas, te vuelves inmune a ellas. Comienzas a comprender los mecanismos de la realidad, aun y que no entiendas su sentido, si es que lo tiene. Entonces, sabes que si no tomas una pluma y una hoja de papel, un teclado y una computadora, no podrás digerir lo que te pasa.

En realidad, en la Vida, nada tiene sentido. Al menos, desde el punto de vista humano (la realidad no está ahí para nosotros, para nuestros caprichos). Llegas a comprenderlo leyendo. Pero cuando tomas el papel y lo haces sangrar con tus palabras, entonces, sólo entonces, llegas a aceptar que en la vida nada está hecho para el ser humano, que nosotros sólo estamos ahí, formando parte de ella. Y nada más.

Nada está escrito, excepto, las realidades alternas.

viernes, 4 de octubre de 2013

Breve crónica de mis pseudónimos

Hace veinticinco años (¡un cuarto de siglo!), cuando cursaba la secundaria, mamá compró un diccionario de la lengua náhuatl. El libro contenía una explicación de cómo sería la castellanización de su escritura y su correcta pronunciación a lo largo del tratado. De ese modo, nos evitaba la riesgosa empresa de estudiar los glifos originales. También explicaba, de manera breve, cómo era en general la sociedad azteca. Fue cuando me topé con la palabra tehuani. Creo recordar que era una palabra que se usaba para mostrar respeto hacia quien se le dirigía. Algo así, aunque no igual, al Don o Doña de la sociedades española y criolla.* Años después, ya en plena era de la Internet, escogí el sobrenombre porque me pareció simple de recordar y, basado en mis recuerdos, interesante.

Mi pseudónimo en el concurso de Composición a la Bandera fue Strauss. Lo escogí por uno de mis músicos favoritos de entonces: Johann Strauss hijo. Un nombre corto, fácil de recordar (según yo). Resulta que los miembros del jurado, todos, querían conocer a Strauss porque quedaron encantados con su ensayo. Strauss sólo dio su opinión del tema que ellos propusieron. Y le dieron el segundo lugar. Si tanto les había gustado, al grado de hacer una excepción y dejar la mención del segundo lugar para el final, como si fuera el primero, previo discurso aclaratorio de que querían saber quién carajos era Strauss, ¿por qué no le dieron, entonces, el primero? ¿Acaso hubo mano negra y la mención "honorífica" fue un premio de consolación? ¿O tal vez temieron que la honestidad de Strauss hiciera de las suyas en pleno concurso estatal, ante las autoridades del mismo rango? Eran otros tiempos.

En la universidad Luz del Norte firmaba poemas. O intentos de ellos. El origen de mi nombre (Norberto) es alemán y su traducción literal es la del poetastro que firmaba, como desquiciado, poemitas. A veces rubricaba ensayos; igual de malos. Este es un nombre largo que, con un poco de imaginación, contiene una referencia geográfica de mi residencia (en el norte de México). Junto a ese apasionado de la prosa poética Mictlampapepetl firmaba los propios. Lo inventé usando vocablos del náhuatl tratando de traducir Luz del Norte, aurora boreal, el significado de Norbert. Pero los habitantes de Tula llamaban a las auroras boreales Mixcoatl, Nube de Serpiente, que también era el dios de la caza (¿de verdad las auroras boreales se apreciaban en esas latitudes? A veces no sé si creer lo que leo en la Internet). En un arranque sentimental, romántico, universitario al fin (quieren comerse el mundo), pensé que si llegaba a ser un famoso escritor el pseudónimo Luz del Norte sería muy apropiado si aún vivía en el mismo lugar. Hoy la ingenuidad de antaño me roba una sonrisa.

*Busqué en los diccionarios en línea de náhuatl su significado y todos arrojaron que la palabra no existe. Sin embargo, está en los Manifiestos Zapatistas en náhuatl, también disponibles en la Red, que contienen una versión en español. Se encuentra al inicio de uno de los párrafos; así que los separé, conté y me remití a la versión en castellano. Nosotros. Volví al diccionario en línea, busqué el pronombre del español al nahuátl, tehuantin. ¿La habré soñado?



domingo, 29 de septiembre de 2013

Literatura vs Música

La música me ha enseñado que, para que un cuento esté bien contado, debe fluir. No es nada grato escuchar una melodía con interrupciones en su canto. Un cuento debe ser suave en la narración de su historia, debe sonar natural. Como una melodía.

Cuando era puberto, conocí a Mozart. Cada una de sus melodías tenía un toque distinto a las otras; por eso lo reconocía. Y por eso me gustaba. Cada melodía, cada cuento, tenía una tonada distinta en todas las demás. Una frase que sonaba hermosa y no se repetía en ninguna de sus obras. Me propuse escribir así. Que mis escritos tuvieran esa "tonada" distintiva que no se escuchara en ninguno de los otros.

Luego, ya adolescente, vino Beethoven con su profundidad filosófica. Lo escuché y pensé: quiero escribir con ese poder. Que al leer mis letras en el interior despertara esa simiente con la que cargan las melodías de Ludwig. Ese mundo irreal y profundo que se escucha en sus notas.

Rimski-Korsakov me dijo que la poesía existe y es real: Scherezade. Sus poemas sinfónicos resuenan en mí. Cada vez que los escucho no puedo evitar asombrarme.

Luego vinieron Dvórak, Tchaikovski, y muchos otros que me han enseñado que no hay una sola manera de contar historias. Y viceversa, los grandes escritores, Coetzee, Saramago, Knausgaard, me han enseñado que no hay una única manera de contar una melodía. Puedes usar las mismas notas, las mismas palabras, y la melodía y el cuento, la historia, será siempre, distinta, y no menos maravillosa.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Tu mirada


Presiento poemas que escapan,
Sentimientos que tuvieron vida,
fantasmas.

No puedo escribirlos.

Me lees sin darte cuenta que
soy miles de tumbas anónimas,
sepulcros que nutren la vida después de la muerte.


Tu mirada en mí,
sobre mis letras.
Sobre mi cuerpo desmembrado,
abiertas las entrañas,
transparente.

Tu mirada labra cicatrices
siembra dolores futuros,
presentimientos de fantasmas
que susurran poemas.
Apariciones de tus besos,
de tu cuerpo entregándose.

Tu mirada me sepulta...
Un día lejano de primavera.

No sabes que me ves,
estoy a tu lado, transparente,
tu nombre en este frío,
mi nombre en el olvido,
en los rincones de mis escritos, 
en mis personajes,
en el inicio y el punto final.

Sólo tu mirada perdura,
llena de tristeza,
porque me lees y no lo sabes,
me ves y no me conoces.

Pronuncias mi nombre,
escondido en los rincones,
no te das cuenta, 
estoy en tu voz,
leyéndome.

Madre tierra me recibe,
sin ceremonias,
muda, como debe de ser.

Te espero en esta tumba anónima
donde duermen mis palabras,
donde yace el fantasma de
Tu mirada.