domingo, 3 de noviembre de 2013

Cazadores de espectros

Han pasado más de diez días desde la última publicación que hice en el blog. He estado ocupado tratando de escribir tres cuentos. Mientras, he terminado otros dos que son tareas del taller. ¿Cómo ha sido posible esto (que pueda terminar dos cuentos y tres queden pendientes)? Es difícil explicarlo. Ahora mismo podría estarlos terminando, pero no es así. Las historias me han soltado; no caminan por donde quiero. O más bien, no son mi voz, no dicen lo que quiero, lo que soy. Por eso decidí detenerme. Tengo hasta el 30 de noviembre, quizás antes, para terminarlas y entregarlas.

Son tres historias distintas, por tanto, tres cuentos diferentes. Uno habla de un amor imposible, otro es un cuento fantástico y el último, es un relato sobre la pasión. Los escogí de esa manera, para poder dedicarme a cualquiera de los otros si no podía terminar uno. Hoy no puedo continuar ninguno de los tres.

Y aquí estoy, varado en la playa de la indolencia, como esos pobres cetáceos que van a dar a ellas y nadie sabe porqué. Así como yo, que desconozco cómo he venido a dar aquí, anquilosado, muerto en vida. Los escritores temen la página en blanco; peor es la página a medias, ésa, conato de diálogo, que flota como un gemido de mudo.

Quizás ayude releer lo que llevo escrito con la esperanza de continuar la narración. Sin embargo, los tres espectros deambulan en mi mente, seguro también lo hacen en mi subconsciente y en ese hipogeo desconocido que es el inconsciente. Los veo aparecerse cada día en donde menos espero: en el televisor, en mi espejo, en la figura de mis familiares o de la gente que pasa por la calle, frente a mi casa. Ahí van sin saber que los miro callado, al acecho, a través de la rendija de mi ventana, escondido tras la cortina, esperando el momento justo en que me decida a atraparlos.

Los que inventamos historias y los que las escriben eso somos: cazadores de fantasmas que un día deciden abandonar las cuevas de nuestro profundo inconsciente, porque han decidido no pertenecernos más y cobran vida propia.

Entonces nos convertimos en cazadores de espectros, pensando que perseguimos apariciones, aunque en verdad, nos perseguimos a nosotros mismos.

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