miércoles, 4 de marzo de 2020

El río de Heráclito

Recordé mis días de secundaria. Las tardes en que iba a los ensayos de composición a la bandera. Disfrutaba escribir sobre un tema que la maestra me daba. Lo hacía con soltura, aunque sin rigor. Solo escribía, me dejaba llevar. Estoy convencido de que si releyera mis escritos de esos días, encontraría inumerables y obvias deficiencias. Lo que nadie me puede quitar es el gozo de escribir, de crear.

Hace algunos años experimenté ese gozo. Así escribí los cuentos que más tarde conformaron mi libro. Pero últimamente he sido esclavo, he perdido la libertad ante el mundo y éste ha agotado mi espíritu. Siento que no tengo ya nada que decir, que ya he muerto. Lucho contra los ataques de ansiedad, quizás contra la locura incipiente. Trato de mantenerme unido, pieza por pieza. De no quebrarme o desmoronarme. La tensión está llegando al límite. Intuyo que voy a reventar, a perder  la razón. Luego me regaño, "Exageras", y vuelvo a mi vida de siempre: un ser humano, padre de familia, que dice estar enfermo de cáncer pero no quiere ir al médico. Una persona que evita leer artículos que hablen de ese mal pero que la radio se encarga de mantenerlo clavado en su cabeza, latente, fatal.

Luego me digo que es una pesadilla o ficción y sigo viviendo en esta cárcel agobiante hasta que leo sobre la muerte de un primo político que falleció de cáncer y me digo: a ti te puede pasar eso, no estás exento. Y entonces corro a tirarme a los brazos tortuosos de la ansiedad.

¿Estoy loco? Quizás voy en camino. O solo es una composición de un adulto que no ha aprendido a vivir con rigor, que se deja llevar por el río de los días, el mismo río, a pesar de lo que dijera el filósofo. El mismo río una y otra vez. Díganme si eso no es locura.