sábado, 16 de noviembre de 2013

El taller de escritura: 8:28

Es curioso cómo fui a dar al taller de escritura. En la edición dominical del periódico de mi ciudad, Reynosa, leí un artículo de Cristina Rivera Garza (crg) y su relación con las redes sociales, especialmente el Twitter (no me gusta esa palabra así que usaré Tuiter). Ella decía que había que poner atención a lo que ahí se estaba haciendo. El hecho que Cristina no tuviera una residencia fija -que deambulara entre el país del norte, ese gigante voraz, y México, este país indescriptible (el México del norte no es el mismo país del centro, ni el del sur. Y aún en cada una de estas regiones es distinto)- fue determinante en despertar mi interés en ella. Quería conocerla.

Así que empecé a buscarla en Tuiter. Tardé unos días en encontrarla. Luego, la seguí y busqué, en las personas que ellas seguía, gente de interés. Debo hacer un paréntesis aquí. Por "gente de interés" quiero decir personas que crg  tenía en su lista de a quiénes seguía y que, de algún modo captaron mi atención. Esta red sin restricciones me permitió agregar a mi lista de "followed" a muchas personalidades. Entre ellas a una que un buen día publicó el inicio de un taller en Reynosa. Tal vez fue el destino o la casualidad. No lo sé. Pero el taller iniciaba el día de mi cumpleaños: 28 de agosto. Pedí información por correo electrónico, me respondieron y aquí estoy. Así de simple.

Ese día cumplía 37 años. Desde un año antes me obsesionaba mi fecha de nacimiento: 8.28. Estuve publicando en el Facebook el número (8.28).  Hasta mi esposa ganó unas maletas el día de la Madre con ese número... Este año mis placas del coche llevan el número 8228. No soy muy dado a la superstición, ni a las casualidades. Pero debo admitir que me gusta que en el día de mi cumpleaños 37 iniciara una etapa importante de mi vida, sin querer. Cuando estuve en la universidad creamos un grupo de teatro que nombramos Escena 37, a sugerencia mía. No sé por qué les gustó.

Agosto 28, Escena 37 (2013). Aquí vamos.




domingo, 3 de noviembre de 2013

Cazadores de espectros

Han pasado más de diez días desde la última publicación que hice en el blog. He estado ocupado tratando de escribir tres cuentos. Mientras, he terminado otros dos que son tareas del taller. ¿Cómo ha sido posible esto (que pueda terminar dos cuentos y tres queden pendientes)? Es difícil explicarlo. Ahora mismo podría estarlos terminando, pero no es así. Las historias me han soltado; no caminan por donde quiero. O más bien, no son mi voz, no dicen lo que quiero, lo que soy. Por eso decidí detenerme. Tengo hasta el 30 de noviembre, quizás antes, para terminarlas y entregarlas.

Son tres historias distintas, por tanto, tres cuentos diferentes. Uno habla de un amor imposible, otro es un cuento fantástico y el último, es un relato sobre la pasión. Los escogí de esa manera, para poder dedicarme a cualquiera de los otros si no podía terminar uno. Hoy no puedo continuar ninguno de los tres.

Y aquí estoy, varado en la playa de la indolencia, como esos pobres cetáceos que van a dar a ellas y nadie sabe porqué. Así como yo, que desconozco cómo he venido a dar aquí, anquilosado, muerto en vida. Los escritores temen la página en blanco; peor es la página a medias, ésa, conato de diálogo, que flota como un gemido de mudo.

Quizás ayude releer lo que llevo escrito con la esperanza de continuar la narración. Sin embargo, los tres espectros deambulan en mi mente, seguro también lo hacen en mi subconsciente y en ese hipogeo desconocido que es el inconsciente. Los veo aparecerse cada día en donde menos espero: en el televisor, en mi espejo, en la figura de mis familiares o de la gente que pasa por la calle, frente a mi casa. Ahí van sin saber que los miro callado, al acecho, a través de la rendija de mi ventana, escondido tras la cortina, esperando el momento justo en que me decida a atraparlos.

Los que inventamos historias y los que las escriben eso somos: cazadores de fantasmas que un día deciden abandonar las cuevas de nuestro profundo inconsciente, porque han decidido no pertenecernos más y cobran vida propia.

Entonces nos convertimos en cazadores de espectros, pensando que perseguimos apariciones, aunque en verdad, nos perseguimos a nosotros mismos.