domingo, 20 de octubre de 2013

Escribir

Escribir es no tener miedo, hasta de uno mismo.

La honestidad cruel, absoluta, debe preponderar. Si no, mejor no escribas. Ni lo intentes. No se puede escribir, soslayando verdades que incomodan. Verdades que matan. Escribir, como acto creador, es un actor destructor si no se le sabe emplear.

Cuando escribes, se nota cuando no eres tú.

No existe tal cosa llamada "escribir bien", o mal. Sólo hay escribir. Escribes o no escribes. Eres honesto, o te pendejeas a ti mismo. No hay nada peor que escupirse en la cara.

Si al leerte detectas una belleza jamás escrita por nadie, no sirve. Si al leerte tu cerebro te dice que huele a mierda; no hay de otra, es mierda.

Lo que escribes no te tiene que gustar. Ni a nadie. Debes ceder el control a esa persona que llevas dentro y que no es nada en el mundo de los humanos, en eso que llamamos "sociedad".

Confesemos, nadie es brutalmente honesto en sociedad, ni cien por ciento uno mismo. Si fuésemos así, ningún círculo social nos aceptaría. Por eso escribimos, o pintamos, o fotografiamos. Porque el mundo tiene algo que no nos gusta y queremos transformarlo, entenderlo, disfrutarlo de un modo distinto o, simplemente, decirlo como no nos atreveríamos a hacerlo en sociedad.

Por ello, escribir, aparte de ser un acto de honestidad, es un acto de validación personal. Las mentiras mal contadas, son mentiras. Sin embargo, las mentiras bien contadas son literatura. O, humildemente, escribir.

Al final, poner en palabras nuestros sentimientos y nuestra opinión sobre el mundo, original o no, es un exhibicionismo. Nos abrimos, así sin más y con ello nos exponemos al ojo crítico o burlón de los demás.

Escribir, tal vez, no es difícil. Lo es dar a leer lo que somos en nuestros escritos, exhibir nuestros sentimientos más profundos, nuestras mentiras más creíbles. Y dejar que el mundo ruede y pisotee lo que más amamos.

Sólo asegúrate de que el primero en hacerlo seas tú.

Buenas noches.

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