domingo, 6 de octubre de 2013

Realidades alternas

"Vida, debo ausentarme un tiempo, para escribir mi versión de ti". Lo tuiteé ayer. 

Escribir, en cierto modo, es dar nuestra versión de los hechos. De los que nos ocurrieron a nosotros. Es decir cómo los vimos, cómo los sentimos, que huella dejaron en nosotros. A veces, no contamos los hechos tal y como nos ocurrieron. Los inventamos. Aun así, no pierden verosimilitud.

La realidad impregna nuestras mentes, inunda nuestros subconscientes e inconscientes sin que nos demos cuenta. Un día despertamos felices; otro, contentos; los demás, si despertamos, nos pesa y duele la crueldad de la realidad. Pero ahí está. Ocurriendo sin inmutarse por nosotros. Puedes ser cristiano o musulmán, judío o budista, creyente o no creyente, la realidad no te pregunta ni te solicita permiso para suceder. Ahí está, contigo y sin ti. Y es tan grande su peso, que la aceptamos como es y, al mismo tiempo, nos rebelamos contra ella.

Pero al escribir creamos una realidad alterna. Quizás es un efecto parecido al de las drogas. Tal vez, los que no quieren o no saben escribir, se drogan por esa razón; y los que sí, también, pero con las letras.

Desde tiempos lejanos, desde los sumerios, se han inventado múltiples maneras de atontar el cerebro. La carencia de buenos cuentistas, que retaran a la realidad, tal vez orilló a aquella gente a utilizar alucinógenos. O quizás fue sólo por el placer que éstas producen. No puedo escribir de algo que no conocí, sólo puedo inventar una versión propia de lo que pienso que pasó.

Versiones existen muchas. Unas mal contadas. Pero cuando una historia empieza a construirse en tu mente, gracias a las palabras que lees, y poco a poco vas formándote una idea de como sería si esa historia que, sabes que es ficticia, fuera real, entonces comienzas a experimentar placer. Una "chaqueta mental". Una masturbación mental. Escribimos, los que queremos, bien o mal, por placer. Nuestras palabras despiertan sensaciones recónditas y malsanas, en algunos casos profundas, que anegan nuestro cerebro de dopaminas. Nos volvemos adictos a las letras, a las historias bien contadas, por el placer que nos producen. Lo curioso es que esta clase de hedonismo, nos enseña a pensar, a cuestionar, a enfrentar la realidad tal como es. Cuando has conocido tantas mentiras bien contadas, te vuelves inmune a ellas. Comienzas a comprender los mecanismos de la realidad, aun y que no entiendas su sentido, si es que lo tiene. Entonces, sabes que si no tomas una pluma y una hoja de papel, un teclado y una computadora, no podrás digerir lo que te pasa.

En realidad, en la Vida, nada tiene sentido. Al menos, desde el punto de vista humano (la realidad no está ahí para nosotros, para nuestros caprichos). Llegas a comprenderlo leyendo. Pero cuando tomas el papel y lo haces sangrar con tus palabras, entonces, sólo entonces, llegas a aceptar que en la vida nada está hecho para el ser humano, que nosotros sólo estamos ahí, formando parte de ella. Y nada más.

Nada está escrito, excepto, las realidades alternas.

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