viernes, 25 de octubre de 2013

Un escándalo de luz

Escribí en uno de mis ejercicios del taller de escritura "afuera era un escándalo de luz". Así es este domingo, después de una semana de lluvias que acribillaron las calles y les dejaron millares de heridas que exponen el suelo basto, sobre el que, débilmente, se asienta nuestra infraestructura, tornándolas intransitables para vehículos y peatones. En Reynosa, la civilización no ha logrado domar a la Naturaleza.

La realidad de nuestra ciudad nos asusta. Simulamos ignorarla, pero ella ahí está, en la esquina, cerca de nuestras casas. Cuando vamos al trabajo, nos la topamos seguido. De vez en cuando, el noticiero de la noche da información de ella y de un hecho raro: aún existimos.

No es que el miedo nos obligue a callar, es la muerte. Preferimos medrar, como se pueda, en medio del caos, que morir.

Mis amigos, que no son muchos, me platican anécdotas que han tenido al encontrarse con delincuentes en las calles –no los llamaré "mañosos", "narcos", "sicarios", etcétera. Su nombre correcto es: delincuentes. Todos coinciden en que su edad debe ser menor a los veinte años. "Mocosos", "güerquitos", "chamacos", por mencionar los que recuerdo. Todos hijos de madres como las nuestras, hermanos de personas como nuestros hermanos o hermanas, gente común y corriente que prueba suerte jugándose la vida y quitándosela a otros. 


Nuestro lenguaje, de por sí, tiende a disfrazar la realidad. A pervertirla. A través de esa perversión del lenguaje, nuestra percepción de la realidad se suaviza. Entonces es más sencillo aceptar la crueldad, el horror, el miedo propio ante ellos. Vivir se vuelve real... ¿o la realidad se torna vivible? Cualquiera que sea el caso, nuestras mentes construyen una fantasía más llevadera.


Sin embargo, esta crueldad no es nueva. Existen numerosos relatos, libros, películas, sobre las barbaries a las que nuestros antepasados fueron sometidos. Un claro ejemplo es la Biblia, plagada de asesinatos, exterminios y venganzas, perpetradas en el nombre de Dios.  El mismo horror o sadismo ocurre en colonias de hormigas, de abejas, en manadas de monos y de delfines. Contextos un poco distintos, pero en esencia los motivos y los resultados son los mismos: supervivencia y muerte.

Si vamos más allá, a las estrellas, existe la violencia de las leyes naturales. No que los astros se exterminen entre sí con plena consciencia, sino que el Universo se expande y desenvuelve sin la menor delicadeza: él mismo, según las últimas teorías científicas, nació de una explosión, las estrellas en sí mismas son un violento cúmulo de estallidos nucleares; inclusive, las muertes de miles de millones de estrellas –como expresó Carl Sagan– suceden por medio de fenómenos llamados supernovas, estrellas de neutrones o agujeros negros, cuyo común denominador es la máxima expresión de fuerzas descomunales capaces de deformar el espacio-tiempo. Es decir, la violencia en su máximo esplendor.

Obvio, son contextos diferentes. Lo que trato de mostrar es que la paz y la tranquilidad no es un estado natural, sino un prototipo mental que nace en nuestros cerebros. Con esto, no trato de excusar la estupidez que nos rodea. Para nada. Tengo por seguro que, si en este momento, salgo y un grupo de delincuentes pubertos, armados, me intercepta, el miedo se hará presente.

La violencia, la injusticia, son conceptos que nacen en nuestras mentes al humanizar la realidad. Creemos que el Universo está "creado" para nosotros, pero éste nos demuestra que no es así. Sólo somos parte de él. Y nada más.


Pero este horror, esta muerte sin sentido que nos rodea, nace de nosotros. De esas personas que, persiguiendo riqueza, fama, gloria y temor, se permitieron explorar vertientes de nosotros mismos que sabíamos que estaban ahí. Tuvieron el valor de entrar a esa oscuridad y la trajeron consigo; luego, se perdieron en ella.


Nuestra consciencia humaniza la realidad. Sin embargo, la ignorancia, la que impera ahora a nuestro alrededor, la torna insoportable.


Deseo nunca verme, ni a mi familia o amigos, en medio de esa crueldad. Porque no habrá razonamientos, por  muy sesudos que sean, que eviten el dolor y el sufrimiento.


Al final, de eso se trata, de que nos vayamos de este mundo en un escándalo de luz.


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