martes, 6 de mayo de 2014

Cosmos

Los seres humanos -en resumen: todos los habitantes de este planeta-, somos entes limitados. Hay cosas que no está en nuestras manos cambiar; la humilde aceptación de esta verdad, alivia el peso de estar vivo. Esa es nuestra diferencia con esos seres que llamamos animales, inferiores: que nosotros sabemos que, a consciencia, sufrimos.

Díganme si no: la ignorancia de la propia condición es mejor a la total lucidez sobre ella. Bien, somos unos seres pensantes que caminan sobre la delicada superficie de un planeta en enfriamiento, perdido en medio de ese inmenso espacio que llamamos Universo, solo para evitar afirmar que estamos en medio de la nada.

¿Qué tiene de malo esto? Estar en medio de nada. Es la realidad, creamos o no en ella. Creer, tener fe, son actos irracionales. ¿Por qué? Porque prescinde de los hechos y confía las verdades trascendentales a la nada, a eso que no podemos palpar o demostrar.

Es inevitable pensar que uno es el centro de todo, de la realidad. Pero la vida se encarga de demostrarnos que estamos en un error, equivocados. La humildad nos orilla a aceptar que solo tenemos esta oportunidad, esta vida... nada más. ¿Para qué carajos desperdiciarla en ideologías sin sustento?

La fe es un acto irracional que conduce a conclusiones irracionales. Pero en modo alguno reta a la realidad. El Universo no está pensado para nosotros, de hecho, no está pensado, por tanto, no es de nadie.

Queramos o no, estamos solos, abandonados al inevitable encuentro con seres de otros mundos, inteligencias reales. Estamos en compañía unos de otros, nada más. Solo nos tenemos a nosotros y ya.

Somos, junto con nuestros compañeros "animales", seres errantes, limitados, compuestos del mismo polvo que forma a otras entidades en otros lugares. ¿No es eso maravilloso y REAL? Que exista solo una oportunidad, una chance de levantar la mirada a las estrellas y ver en esa luz del pasado nuestra propia historia. 

La magia existe, es real, solo cuando se avoca a los hechos. Porque esta soledad inmensa cobra sentido cuando aceptamos nuestra condición humana: que no hay más mundo que este y nada más.

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