lunes, 21 de abril de 2014

Abril 18, 2014

Viernes Santo. Ayer murió Gabriel García Márquez (GGM), en Jueves Santo, como Úrsula Iguarán, su querido personaje de Cien años de soledad: otra coincidencia, de las que está llena la vida. 

Por este hombre, GGM, quise aprender a escribir. Ya "escribía" antes, desde la secundaria. Pero leer a GGM despertó en mí unas ansias tremendas de decir cosas. Como buen principiante, intenté imitarlo... ¡Y me salió tan mal! Hasta me atreví a asistir a un taller literario, donde pude confirmar mi ignorancia literaria. Haber leído y escrito mucho, no me hizo lector ni escritor.

Pasaron los años y con ellos muchas lecturas. Entré a otro taller y me di cuenta de que estaba peor que al principio: sí, había leído muchos libros, pero no les había puesto atención. Los leí mal. Y eso se nota en mis textos.

Escribía esta entrada, mientras los helicópteros volaban sobre la ciudad. Mi esposa preparaba la comida (que daríamos después de las siete de la tarde... pónganse en nuestro lugar, son cuatro días de descanso seguidos, hay que aprovechar dormir), me embarga una pena que no logro explicar. En mi cabeza bullen historias, pero no logro pasarlas al papel, no del modo que yo quisiera. Me gustaría que no sea la misma voz que se encuentra en lo que he escrito, que fuera algo diferente.

Las palabras deben decir algo, dicen. Solo deben contar una historia y nada más. No estoy de acuerdo: las palabras deben hacer algo más que contar. Deben hablarle a esa persona que somos, a quien nosotros mismos no nos atrevemos a dirigir la palabra, y decirle que no está solo en este mundo que llamamos realidad.

Las palabras están ahí, la hoja está en blanco: la mesa está puesta.

Buenas noches.


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