domingo, 6 de julio de 2014

¿Por qué escribir?

¿Por qué escribir? Mis recuerdos me llevan a la escuela secundaria, al momento en que la maestra de español nos pidió a todo el salón elaborar una composición a la bandera (de México). Ella elegiría los mejores. No recuerdo si escogió tres o cinco; pero entre ellos, estaba yo. 

Desde entonces, todas las tardes, después de clases, iba al colegio a escribir sobre el tema que ella nos diera mediante un sorteo. Era la preparación para el concurso local "Composición a la Bandera". Debíamos entregar, mínimo, una cuartilla sobre el tema que nos hubiese tocado. Luego ella revisaría el texto y lo corregiría, si bien nos iba, porque si el manuscrito (escribíamos a mano) no cumpliera los requisitos de un ensayo, tendríamos que re-hacerlo. Fueron tardes agobiantes, tortuosas. Una experiencia que mis compañeros no resistieron y, uno a uno, desertaron. Al final, quedé yo solo.

¿Por qué no los seguí? Mamá era divorciada y el colegio era caro. Yo no estaba para estupideces. Tenía que aprovechar, exprimir todo lo que pudiera de ese dinero que ella pagaba por mi educación. Por ella, seguí.

La verdad, sin afán de alardear, escribir me resultaba fácil. La maestra me daba el tema y yo, simplemente, escribía mi opinión sobre él. Y ya. Eso sí, tenía que ser convincente, creíble. El tema debía ser expuesto de tal modo que, quien lo leyera, no tuviera otra opción que estar de acuerdo. Así que engatusar al lector tenía su chiste. Mi lector era mi maestra, por tanto, convencerla no era un proceso sencillo. Tuve que re-escribir muchas veces los temas. Nada más no le llenaba el ojo. Era exigente y caprichosa, según yo: por cualquier tontería me rechazaba los escritos. Eso sí, presumo, jamás fue por una falta de ortografía.

Pasaron los días del mismo modo que las hojas en las que escribía. Hasta que llegó el día del concurso.

Todavía sigo pensando en qué carajos estaban pensando los maestros del jurado que me premiaron en segundo lugar, como si fuera el primero. Ellos mencionaron el segundo lugar diciendo que quería conocer quién era "Strauss", mi pseudónimo. Explicaron que estaban maravillados o asombrados, no recuerdo la palabra exacta, por lo que ése personaje había escrito. El entusiasmo que sentían se podía adivinar en sus gestos, en su manera de hablar, en su nerviosismo. Cuando levanté la mano para indicar que yo era el culpable de sus emociones frustradas (porque no había conseguido el primer lugar) un estallido de aplausos inundó el salón.

El tema del concurso que me tocó era: México y las armas nucleares. La razón para no darme el primer lugar: México no era un país productor de armas nucleares. En mi mente repasé lo que escribí y llegué a la conclusión de que no, en ningún lugar dije que lo era. Solo puse que era una estupidez armarse hasta los dientes cuando el enemigo más poderoso de esos días era uno mismo (Estados Unidos). ¿Exactamente qué leyeron esas personas? ¿O en qué mundo vivían?

México y las armas nucleares. Pienso lo mismo: el enemigo más poderoso de uno es, precisamente, uno mismo: su propia ignorancia. Hoy, el narco nos destruye porque nosotros lo permitimos. Porque callamos. Porque nos doblegamos. Es increíble que hace más de treinta años se pensaba que el fin del mundo vendría a costa de un desastre nuclear. Hoy es distinto.

¿Por qué escribir? Porque la palabra sienta un registro, una memoria, una realidad. La ficción es el único modo que conozco para digerir la brutalidad de la vida, su dolor, la soledad que acecha en todos los rincones. Sin embargo, en esa realidad he conocido la felicidad, la belleza... sensaciones que sólo puedo transmitirles por medio de la palabra.

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